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El Hombre sin Cabeza

En la ciudad de Durango, en la década de los años cincuenta, vivía un trabajar ferroviario en un carro de ferrocarril. Trabajaba para el Ferrocarril Central Mexicano poniendo y cambiando las vías que se necesitaban por la parte del pueblo llamado Nazareno, ubicado en la Comarca Lagunera cera del río Aguanaval.

En una ocasión, nuestro hombre acudió a la fiesta que se daba por motivo de una boda. La fiesta empezaba temprano para durar todo el día. De tal manera que los padres de los novios estaban obligados a dar desayuno comida y cena a los invitados. Había comida y bebida al gusto y en abundancia.

El ferrocarrilero había sido invitado a la fiesta por ser amigo del novio, y en todo el día no había parado de comer y beber. Asimismo, bailó como un trompo desde la mañana hasta la noche. Se encontraba muy feliz en la reunión departiendo con sus amistades y agasajando a las mujeres que le gustaban.

Al llegar la noche, y aun cuando se encontraba bastante borracho, recordó que tenía la obligación de hacer el cambio de vía a la once, y aunque un poco molesto por tener que dejar la fiesta, decidió cumplir con sus obligaciones. Hizo el cambio que se requería y un poco cansado de tanto baile, decidió descansar por un rato mientras el tren llegaba al cambio y él se percataba de que todo iba bien en las vías. El tren debía pasar a las seis de la mañana.

Se recostó en el suelo y apoyó su cabeza en el riel para estar más cómodo. Como estaba bastante borracho el sueño lo venció y se quedó dormido. El tren pasó a la hora que le correspondía y le cortó la cabeza al pobre hombre que reposaba en la vía. Mientras tanto la fiesta seguía. La cabeza del ferrocarrilero quedó, sola, entre los durmientes.

A la media mañana del día, algunos invitados que se dirigían a sus casas se dieron cuenta de lo que había pasado. El Comisario Ejidal de Lerdo, dio aviso a las autoridades que recogieron el maltrecho cuerpo sin cabeza, a fin de entregarlo a sus familiares para ser enterrado cristianamente. Y así se hizo.

Sin embargo, a los pocos días, las personas empezaron a ver por las noches el fantasma del ferrocarrilero que caminaba por la vía sin cabeza, la cual lleva colgando de su mano derecha. Esta aparición sigue hasta el día de hoy. Dicen los que la ven que los ojos de la cabeza del hombre tienen un brillo aterrador cuando se encuentran con alguien. Desde entonces, muchas son las personas que han caído desmayadas del susto o que han sufrido serias enfermedades al ver al escalofriante Hombre sin Cabeza.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Joaquín y el alma

Joaquín era un muchacho que vivía solo en un pequeño apartamiento en la Ciudad de Durango. Las paredes de su hogar estaban pintadas de un feo color amarillo que no le gustaba para nada, por lo cual decidió cambiarlas por colores más a su gusto. Acudió a unos pintores de brocha gorda del barrio para que se encargasen de la tarea, pero como le cobraban un dineral, decidió hacerlo por su cuenta. Compró todo lo necesario en la tienda de pinturas y se puso manos a la obra el fin de semana.

Pasados tres horas, Joaquín había terminado de pintar la sala y el comedor, y como el trabajo le había cansado bastante, decidió que bien se merecía un descanso, y así poder comer una torta que contribuyera a reponerle sus fuerzas. Así pues, se dirigió a la cocina, se hizo una buena torta de pollo, se preparó un agua de Jamaica y se dirigió al comedor para disfrutar de su tentempié.

Después de comer, Joaquín empezó a sentir mucho sueño y decidió echarse en la cama a dormitar un poco; al fin y al cabo, nada ni nadie le apuraba en su trabajo de pintor en ciernes. Su gatita gris, Matilde, se acostó a su lado para acompañarle, En seguida se quedó dormido. No había pasado mucho tiempo cuando escuchó que de la sala provenían muchos ruidos, y Joaquín pensó que era la gata quien causaba tanto escándalo; salió de la recámara dispuesto a reprender a la gatita, pero vio que ésta maullaba con el lomo curvado y el pelaje erizado, a la vez que espantada volteaba para todos lados.El alma de don Bartolomé

De repente, el muchacho se fijó que una figura fantasmal se materializaba en medio de la sala, era como un ser luminoso que se dirigía hacia donde él se encontraba. Horrorizado, Joaquín intentó echarse a correr, pero sus piernas no le respondieron, estaban débiles y como clavadas en el suelo. Por fin después de un tiempo que le pareció tremendamente largo, la aparición desapareció.

Sin embargo, al otro día, sábado, volvió a suceder lo mismo. Joaquín estaba medio desquiciado del susto, vivía aterrado y escondido entra las cobijas de su cama. El día domingo, cuando apareció el fantasma, Joaquín pudo verle la cara y se dio cuenta que era don Bartolomé, el vecino que vivía en el siguiente apartamento, frente al suyo. El joven se dirigió hacia el mismo y se percató que la puerta estaba completamente abierta. Fue entonces cuando decidió entra a la casa de don Bartolomé a ver qué sucedía.

En la recámara se dio cuenta de que unos pies asomaban por debajo de la cama y al agacharse vio que pertenecían a su vecino. Al verlo ahí tirado sus primeros pensamientos fueron pensar que el pobre hombre estaba muerto, pues ya no era muy oven. Pero ya observándolo con más detenimiento notó que aún respiraba. En seguida tomó su celular y llamó a una ambulancia para que trasladaran a su vecino a la Cruz Roja de la ciudad.

Cuando los paramédicos se lo llevaron Joaquín empezó a atar cabos y llegó a la conclusión de que ¡el alma de don Bartolomé se había desprendido de su cuerpo para ir a pedirle auxilio al muchacho que vivía enfrente se de casa! Desde entonces, Joaquín nunca dudó de la existencia del alma.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La patada

En las postrimerías del siglo XIX, vivía en la Calle de la Pendiente Verónica Herrera, joven linajuda de dieciocho años comprometida con Ramón Leal del Campo, caballero emparentado con el conde de Súchil. Toda la sociedad durangueña estaba emocionada con la próxima boda de la pareja. Las jóvenes se habían apresurado a encargar hermosos y caros vestidos para la ocasión, y la madre de la novia había preparado una lista de complicados y exquisitos platillos que brindaría a los invitados. Las bebidas eran de lo más exquisito y selecto. La casa había sido arreglada con todo esmero para la ocasión. Verónica encargó un bello y suntuoso traje de novia a la costurera más famosa de la ciudad de Durango.

La boda tendría lugar el 5 de noviembre.  El día 2 Verónica, su familia y un grupo de amigas acudieron al Panteón de Oriente a rendir tributo a los muertos y ver las ofrendas. Sin embargo, la novia no pensaba sino en su próxima boda y no le importaba para nada el tan sagrado día. Ese día de casualidad la chica se encontró una calavera junto a un sepulcro, y Verónica al verla le dio una tremenda patada al tiempo que le decía: – ¡Te espero en mi boda! ¡No vayas a faltar! Este acto irrespetuoso fue observado por algunas personas.

Por fin llegó el 5 de noviembre. La novia vestida con la ayuda de sus amigas, estaba esplendorosa y bella. En la iglesia se escuchaba la música de órgano y todo estaba elegante y listo para la ceremonia. Los novios se encontraban hincados frente al altar escuchando al cura decir su tradicional discurso que a todos hizo llorar de emoción.

La calavera pateada

En la primera fila de los bancos, se encontraba un pálido caballero vestido todo de negro. Pero su traje, cara y cabellos presentaban algo de polvo blanco. Todos le miraban y sentían un inesperado miedo, a la vez que respeto. El misterioso hombre se mantuvo hincado durante toda la ceremonia, Cuando ésta terminó, el hombre de negro se acercó a los novios y los felicitó.

Cuando los recién casados llegaron a la casa donde se celebraría el ágape, se dieron cuenta de que entre los invitados estaba el hombre de negro polvoriento. La orquesta de músicos empezó a tocar un vals: la novia bailó con su suegro y el novio con su suegra. Después, amigos y familiares se turnaban para bailar con la recién casada.

De pronto, el misterioso hombre de negro tomó la mano de la muchacha y danzó con ella. Al segundo le preguntó: – ¿No me reconoces? ¡Soy tu invitado! Ante estas palabras Verónica hacía esfuerzos por recordar el rostro de hombre, pero no lograba dar con su identidad. Le respondió: -Usted me disculpara, pero no sé quién es. A lo que el hombre respondió: -Hace tres días me invitaste a tu boda y me dijiste que no faltara! En ese mismo momento y ante el pasmo y terror de todos los invitados, el hombre de negro se transformó en una horrenda calavera. Verónica cayó al suelo muerta: el corazón se la había parado de la terrible impresión. Muy caro pagó la joven novia el haberse burlado de los muertos en el panteón al haberle propinado una irrespetuosa patada a uno de los difuntos.

Aún ahora, después de haber transcurrido tantísimos años de la muerte de la pobre Verónica, se puede ver en la casona de los Herrera a una pobre mujer que danza en el gran salón de fiestas vestida con un albo y suntuoso traje de novia.

Sonia Iglesias y Cabrera.

 

 

 

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El Baile de los Condenados

Cuenta una leyenda de Durango que a principios del siglo XIX el músico y director Arturo Lugo gozaba de gran fama, debido a sus merecidos méritos. Por lo cual, los servicios de él y su orquesta eran muy solicitados para amenizar las fiestas a pesar de los caro que cobraba por tocar. Solamente se dignaba tocar para las clases adineradas de la ciudad, nunca para los humildes aunque pudiesen pagarle. Le gustaba rozarse con las familias de alcurnia y dinero de la ciudad.

Una cierta noche llegó a su casa un hombre guapo, alto, vestido con capa y sombrero negros, y le pidió, con una voz baja y profunda, que tocara en un baile que estaba organizando. Le pagó con muchas monedas de oro y le dio su dirección. Al ver el alto monto de la paga, don Arturo aceptó inmediatamente. Al llegar la noche del baile, el músico acudió a la dirección indicada y al entrar en el salón principal los músicos se dieron cuenta que se trataba de un baile de mucho lujo, con invitados muy guapos y muy bien vestidos y con mesas plenas de exquisitos manjares.

El Baile de los Condenados

Le extrañó a don Arturo no conocer a ninguno de los invitados, ya que conocía a todas las personas de alcurnia de Durango, pero pensó que se trataba de forasteros que habían llegado a la ciudad ex profeso para acudir al baile.

Los músicos tocaron como nunca, se lucieron. En uno de los descansos don Arturo caminó entre los numerosos invitados a fin de socializar. En eso estaba cuando se encontró con su comadre, a la que no veía hacía mucho tiempo. La mujer se extrañó de ver a su compadre y le preguntó qué era lo que estaba haciendo ahí. Al oír las razones por las que había ido el músico a animar la velada, la comadre quedó paralizada de horror y le dijo: – ¡Querido Arturo, váyase inmediatamente de aquí! Está usted a la entrada del infierno. Yo estoy muerta desde hace cinco años, y este es el baile de los condenados. El Diablo nos obliga a bailar y a reír por unas horas, para después someternos a terribles y horripilantes tormentos. ¡Váyase, ahora que aún puede!

El músico se dirigió rápidamente a sus compañeros para irse. En un momento dado, vio la cara burlona del hombre que lo había contratado y la piel se le erizó. Cuando los músicos intentaban marcharse se dieron cuenta que los invitados se retorcían presa de horrendos dolores, y sus caras se habían transformado en rostros donde se podía ver un miedo cerval. Salieron corriendo como almas en pena. Al llegar a la casa del director, don Arturo se dio cuenta de que habían dejado en la casona un violín muy caro y muy bueno.

A la mañana siguiente regresaron con mucho miedo a la mansión del baile para recuperar el instrumento. Al llegar a ella, se dieron cuenta que estaba abandonada y toda hecha una ruina. ¡Sobre una de las bardas de adobe que la rodeaba se encontraba el violín olvidado!

El músico se dirigió rápidamente a sus compañeros para irse. En un momento dado, vio la cara burlona del hombre que lo había contratado y la piel se le erizó. Cuando los músicos intentaban marcharse se dieron cuenta que los invitados se retorcían presa de horrendos dolores, y sus caras se habían transformado en rostros donde se podía ver un miedo cerval. Salieron corriendo como almas en pena. Al llegar a la casa del director, don Arturo se dio cuenta de que habían dejado en la casona un violín muy caro y muy bueno.

A la mañana siguiente regresaron con mucho miedo a la mansión del baile para recuperar el instrumento. Al llegar a ella, se dieron cuenta que estaba abandonada y toda hecha una ruina. ¡Sobre una de las bardas de adobe que la rodeaba se encontraba el violín olvidado!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Juan y el Alacrán

Una leyenda muy antigua del estado de Durango nos relata que, en la cárcel de la ciudad, la cárcel vieja que existió durante la época del presidente Porfirio Díaz a finales del siglo XIX, que estaba situada en la hoy nombrada Calle de 20 de noviembre, había una celda muy famosa que se la conocía con el nombre de La Celda de la Muerte. Debía su nombre al hecho de que cada preso que le tocaba en suerte dicha celda moría misteriosamente a los pocos días de haber entrado.

Nadie sabía lo que sucedía y el porqué los presos morían sin razón aparente. Las autoridades de la cárcel habían hecho correr la voz de que aquel que averiguase la causa de la muerte de tanto preso, sería puesto en libertad sin más averiguaciones.

En cierta ocasión, le tocó en turno entrar a la celda a un maleante de nombre Juan, que por cierto tenía fama de valiente. Sabedor de que si lograba descubrir la causa de las extrañas muertes saldría en libertad, Juan decidió encontrar la respuesta a la incógnita.

El temido alacrán de la cárcel de la Ciudad de Durango

Durante la primera noche, el preso tomó la determinación de no dormir y se puso en vela. Pasado un tiempo, como a la una de la mañana, escuchó un extraño y sospechoso ruido en una de las paredes de la celda. Al escucharlo, inmediatamente encendió un cerrillo y revisó las paredes que alguna vez fueron blancas. Cuál no sería su sorpresa que en una de ellas encontró un enorme alacrán de los verdaderamente venenosos y mortales.

Al ver que el peligroso bicho se aprestaba a atacarle, Juan rápidamente tomó su sombrero y lo cazó, atrapándole con él en el piso de la celda. Al amanecer, el hombre dio aviso a los celadores de que había matado a un enorme alacrán, causa de tanta muerte de tanto preso. Al enterarse el director del penal, puso a Juan inmediatamente en libertad como lo había prometido, pues era un hombre de palabra. Así se dio término a las defunciones de La Celda de la Muerte

Sonia Iglesias y Cabrera

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Agustín y Conchita

A finales del siglo XIX vivía en la ciudad de Durango, en el barrio de Tepeyac, la familia Hernández. Entre las hijas que formaban parte de dicha familia, se encontraba Conchita, una niña que gustaba de jugar con Agustín, el hijo del ama de llaves. A ambos niños les gustaba mucho jugar en la huerta de la casa, y compartían la mayor parte del tiempo. Al llegar a la adolescencia, ambos amigos se pusieron muy guapos. Y como era natural, los jovencitos se enamoraron, a pesar de la diferencia social que los separaba.

Un cierto día, mientras Agustín se encontraba trabajando en la huerta, llegó Conchita y le declaró su amor sin tapujos. El joven quedó perplejo, pues sabía que esos amores eran imposibles, como muchas veces se lo había señalado su madre. Sin embargo, el joven se acercó a  Conchita, la abrazó y le dio un beso. Decidieron que nadie debía conocer su relación. Al paso del tiempo, Agustín le dijo a la chica que se iba para hacerse rico, y que jurara que lo esperaría y no se casaría con nadie. Conchita, con lágrimas en los ojos le juró amor eterno. Se separaron. Y Agustín se fue sin decírselo a nadie. Buscaron al joven, no le encontraron, y la madre cayó enferma de desesperación y tristeza.

Agustín se fue a la Sierra de la Silla, donde se escondía Ignacio Parra un ladrón muy famoso y temido. Le contó al bandolero sus desdichas amorosas y pasó a formar parte de la banda de ladrones, que robaban diligencias, ganado y conductas. Agustín destacó por su habilidad para robar.

La bella Ciudad de Durango

Mientras tanto, el señor Hernández, invitó a unos amigos a cenar. Entre ellos se encontraba Curbelo. Al término de la cena, el padre anunció a los comensales y a su hija que deseaba que se casara con el tal Curbelo el próximo domingo. Y así se hizo, la boda se celebró, a pesar de las protestas de la chica que había roto su juramento.

Mientras tanto, Ignacio Parra moría acribillado en la región de Canatlán. Agustín aprovechó la muerte del jefe de la banda para escapar a la ciudad de Durango llevándose lingotes de plata y monedas de oro. Compró una casona, la amuebló, se compró trajes a la moda y decidió buscar a Conchita para hacerla su esposa.

Al llegar a la casa de la muchacha, las noticias que recibió fueron la muerte de su madre y la traición de Concepción. El dolor que sintió Agustín fue tan grande que se encerró en su cuarto, solamente salía por las noches, elegantemente vestido, a caminar por la vía del ferrocarril hasta el Puente Negro. Las personas que seguían su caminata le empezaron a llamar El Curro del Puente Negro.

Una mañana toda Durango se conmocionó, pues abajo del Puente Negro se encontraron los cadáveres de El Curro, Conchita y Curbelo. Nunca se supo qué había pasado: quién había matado a quién. Si Curbelo a los antiguos amante, o si Agustín a la infiel y al marido. Pero desde entonces, todas las noches se ve al fantasma de El Curro del Puente Negro efectuar su acostumbrada caminata por la vía y el puente.

Sonia Iglesias y Cabrera

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EL AHUEHUETE DEL MATRIMONIO

La Ciudad de Durango, o Victoria de Durando en honor a Guadalupe Victoria, está situada en el estado del mismo nombre, mismo que se localiza en el norte de México. Dicha ciudad se pobló en el Valle de Guadiana, y es tan bonita que los lugareños la han bautizado como La perla del Guadiana. Se fundó el 8 de julio de 1563 por el colonizador Francisco de Ibarra; en un principio se la llamó Villa de Durango. La primera traza de la ciudad la llevó a cabo Alonso de Pacheco, muy cerca del Cerro de Mercado, un yacimiento de hierro que en un principio se pensó que sería una buena mina de plata. Su centro histórico alberga muchos edificios coloniales.

En la Ciudad de Durango se encuentra un paseo que merece la pena ser visitado. Se trata del famoso Parque Guadiana, cuya construcción data de 1927, año en que se empezaron los trabajos para convertirlo en una centro recreativo público. En 1931 se le conocía, oficialmente como Parque Revolución, pero nadie le llamó por ese nombre, y se le quedó el de Parque Guadiana. El Parque está llenó de árboles, corredores, fuentes, y hasta tiene una alberca olímpica. Pero además cuenta con una leyenda.

Vista del Parque Guadiana en Durango,

Dicha leyenda nos narra que en el Parque Guadiana existe un hermoso y frondoso ahuehuete mágico al que se conoce con el nombre de El Árbol del Matrimonio. Según afirma uno de los guardianes del Parque, don Agustín Cigarroa, a las doce del día, los enamorados que quieren casarse, se colocan bajo su verde enramada para que les permita contraer matrimonio que dure toda la vida y sea muy feliz, pues de otra manera nunca encontraran la armonía que desean. Pero aun cuando los enamorados no tengan la intención mediata de casarse, si llegan a colocarse bajo el maravilloso árbol, al poco tiempo contraen nupcias como por arte de magia.

Asimismo, cuando alguien sabe que va a morir, junta las fuerzas necesarias para acudir al Parque Guadiana y colocarse bajo el árbol; de esta manera la muerte le será leve y descansara en paz en la otra vida.

Muchas parejas de enamorados duranguenses o fuereños, acuden al Parque para conseguir la felicidad matrimonial. Hasta ahora no se sabe de ninguna pareja que se haya divorciado o que sea infeliz en su matrimonio si previamente acudió a la magia que se desprende del fantástico árbol del Parque Guadiana.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Águila, el Conejo, y el Venado

Cuenta una leyenda tepehuana del estado de Durango, que un cierto día el dios Sol decidió crear a los hombres. Muy contento comunicó su decisión a la Estrella de la Mañana. Iba a crear siete pueblos. Cuando el Sol estaba platicando con la Estrellla, Cachunipa, un ser sobrenatural maligno, escuchó la plática, y decidió que crearía un dragón de siete cabezas para que acabara con las siete razas de que hablaba el Sol. Inmediatamente se escuchó un terrible ruido y de una caverna salió un ser de siete cabezas, enormes garras, ojos rojos, y una cola en la que podía verse un aguijón; además, contaba con dos alas que le permitían volar muy aprisa a trasladarse a donde quisiese.

Cuando el Sol creó al primer hombre, la enorme serpiente y Cachinipa se dirigieron al sitio en donde se encontraba. Al verlo, la serpiente se abalanzó sobre él para devorarlo, pero una águila muy grande descendió y tomó al pequeño con sus garras, y se lo llevó a un picacho para salvarlo. Hecho lo cual regresó a donde se encontraba la serpiente, con la cual peleó hasta darle muerte.

Niñas tepehuanas descendientes del primer hombre creado por el dios Sol.

Al ver Cachinipa que su dragón había muerto, muy enojado decidió enviar a unos poderosos lagartos hasta el sitio donde se encontraba el primer ser humano creado por el Sol, y lo amarraron a un árbol. Un pequeño conejo se dio cuenta de lo que hacían los malvados lagartos, y cuando se fueron con sus fuertes dientes royó la cuerda. Como tenía mucha hambre, el conejo le dijo que se lo comiera.

Al verse libre, el niño se subió a un venado, que corrió rápidamente para salvarlo de los asesinos lagartos. La creación del hombre por el Sol estaba salvada. Desde entonces los tepehuanos adoran al águila, el conejo y el venado, pues a ellos deben su existencia.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Martín y el Toro de los Cuernos de Oro

Cuenta una leyenda del estado de Durango, que en el Cerro de Mercado, formado de magna de cuerpos de óxido de fierro que le dan una bonita forma triangular, existe una cueva muy especial, pues se abre cada noche por unos cuantos minutos. Cuando la cueva se abre, por ella sale un toro de color negro que tiene unos hermosos cuernos de oro. Dicen que sale con el propósito de vigilar la entrada de la cueva.

Una cierta noche, un hombre que se llamaba Martín, salió a caminar por el campo. Cuando llegó cerca del Cerro del Mercado, escuchó unos ruidos que llamaron su atención. Se acercó más al cerro, y vio al gran toro negro cuyos cuernos brillaban, maravillosamente, a la luz de la luna.

Al verlo, Martín quiso torearlo. Cuando el hermoso toro vio que el hombre se le acercaba, se retiró de la entrada de la cueva, lo cual aprovechó Martín para entrar en ella, pues estaba muy curioso por ver cómo era por dentro.

El hermoso Toro de los Cuernos de oro

En ese preciso momento, el bello toro de los cuernos de oro entró en la cueva. Cuando Martín lo vio, se asustó tanto que salió corriendo por temor a que lo fuera a cornear.

En cuanto Martín estuvo fuera de la cueva, la entrada se cerró completamente. Martín ya no pudo volver a entrar, y perdió para siempre la riqueza del tesoro y los amores de la bella muchacha, que según supo después, era la hija del Toro de los Cuernos de Oro.

Sonia Iglesias y Cabrera

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¡Padre!

Una leyenda tepehuana del estado de Durango, que se ha trasmitido hace muchos cientos de años, cuenta que cuando el Sol inició su existencia, era tan solo una llamita muy chiquitita, que apenas brillaba y casi parecía una luna en vez de un sol. Los días eran extraños, pues como el Sol estaba desconcertado y débil, a veces salía por el Este y a veces por el Oeste; otras, surgía por el Sur y algunas veces se le miraba salir por el Norte. Este hecho ocasionaba muchos problemas en la comunidad y hacía que el maíz creciera muy débil y que los animales no supiesen cuándo debían dormir y cuándo debían estar despiertos

Ante esta terrible circunstancia, los sabios, los chamanes de los doce pueblos tepehuas convocaron a una reunión para encontrar la solución a tan grave problema. Después de pasar discutiendo muchas horas, llegaron a la conclusión que lo que debía de hacerse era efectuar un xibtal; es decir, un ritual de baile y canto, cuya duración debía ser de cinco años.

Llevaron a la práctica lo acordado, y durante cinco años se rezó, se bailó, se cantó y se le pusieron ofrendas al debilucho Sol. Pero nada sucedió, y el astro siguió haciendo de las suyas y saliendo por donde le daba la gana o por donde podía.
 ¡Padre!

En cierta ocasión un hombre desesperado se arrojó al fuego que acompañaba al xibtal, y ofreció su vida al Sol como sacrificio. Al poco tiempo de haberse arrojado, el hombre salió de la fogata convertido en un lucero, en el planeta Venus que brilla por la mañana y por el atardecer. Pero tampoco pasó nada, y el Sol seguía como siempre: desubicado y débil.

Todos los años de ritual los había estado observando la Liebre, junto con sus amigas la Serpiente y la Paloma. Los tres estaban muy divertidos burlándose de los pobres tepehuanes que no podían solucionar su problema solar. Después de reírse mucho, la Liebre les dijo a los indios: -¡Ah pobres ingenuos! Tanto alboroto y tanto fracaso, cuando la solución es muy sencilla… lo que tienen que hacer es ponerle un nombre al Sol, ya que él se siente ofendido porque ustedes, sus hijos, no le llaman por su nombre.

Pero los tepehuanes no escucharon a la Liebre, se enojaron con ella porque pensaron que se estaba burlando, la agarraron de las orejas y la arrojaron lejos: entonces, las orejas le crecieron mucho. La Liebre, al sentir el dolor que le produjo el jalón de orejas, exclamó: ¡Padre mío, ayúdame! En ese mismo instante, el Sol se puso a brillar mucho, salió por el Este y se metió por el Oeste. Cuenta la leyenda que desde entonces los tepehuanes se dirigen al astro con el nombre de Padre, como correspondía, y a su vez las pobres liebres les tienen mucho miedo a los hombres porque lastiman la orejas.

Sonia Iglesias y Cabrera