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El Reloj de Oro

En la antigua y hermosa Calle de Plateros de la Ciudad de México, vivía una pareja que se amaba mucho. Él se llamaba Felipe Lorenzana, apuesto joven que tenía como oficio la relojería, razón por la cual llevaba el apodo de El Relojero.  Felipe pecaba de responsable y cuidadoso en su trabajo, lo cual le había proporcionado una buena clientela, que acudía a él cuando lo necesitaba. En su labor le ayudaba su esposa, Diana, también responsable y bien hecha como su marido aparte de ser muy bella.

En cierta ocasión, un comerciante al que se conocía por el nombre de Artemio, acudió a la relojería de Felipe con el fin de que le compusiera un bello reloj de oro, caro y muy especial. Felipe tardó más tiempo del que pensaba en componerlo, lo que permitió a Artemio acudir varias veces al negocio del matrimonio, so pretexto de conocer el avance de El Relojero.

Cuando acudía a la relojería, miraba con lascivia y deseo a Diana, quien se sentía molesta con tales miradas.El Reloj de Oro

Un día, Artemio le dio cita a Felipe en su casa para que le llevase el reloj que por fin ya estaba arreglado. Al saber de la cita Diana le rogó a su marido que no fuese, sino que Artemio acudiese a la relojería, pues tenía un mal presentimiento. Pero Felipe insistió en ir para entregar el famoso reloj en persona y explicarle a su cliente porque se había tardado más de lo debido.

Al día siguiente encontraron el cadáver de Felipe tirado en un barranco lleno de heridas de cuchillo. La policía afirmó que se había tratado de un asalto, pero Diana nunca se lo creyó y estaba segura que Artemio la había dado muerte a su querido esposo.

Una tarde gris, Artemio acudió a la casa de Diana y la solicitó en matrimonio. Propuesta que la joven rechazó rotundamente. Llena de repulsión y desesperanza, la mujer se arrodilló en el altar doméstico y le rogó a Dios que la librara de ese horrendo hombre que la perseguía.

Al otro día, los sirvientes de Artemio encontraron el cuerpo sin vida de Felipe bajo uno de los árboles del jardín del pretendiente. En la mano derecha llevaba el reloj de oro que le entregara a Artemio.

En seguida, Felipe fue sepultado de nuevo. Pero al siguiente día volvió a suceder lo mismo, el cadáver de Felipe estaba bajo el mismo árbol con el reloj en la mano.

Este hecho se produjo durante una semana, al término de la cual, Artemio, horrorizado y terriblemente asustado por las macabras apariciones de su víctima, murió de un fulminante infarto. ¡Por fin Diana se vio libre del molesto y asesino pretendiente!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Clara, la bella

En la Ciudad de México en los inicios de la época colonial, vivía un matrimonio joven de alcurnia y buenos recursos, en una casona que se encontraba muy cerca de la Plaza Mayor. Dicho matrimonio estaba ansioso de tener un hijo, pero no lo lograban. Por fin. la mujer se embarazó, después de muchas dificultades y tuvo una hermosa niña a la que pusieron por nombre Clara.

Era tan hermosa la pequeña que en el momento de nacer la partera sentenció que tanta hermosura solamente sería causa de problemas y se la disputarían Dios y el Diablo. Como es de suponer, los padres quedaron muy impactados con las palabras de la mujer y trataron de olvidarlas.

Quince años después, Clara. la niña de tanta hermosura, se había convertido en una señorita, que a su belleza agregaba la altanería y la mala educación, pues sus padres la habían consentido sobremanera convirtiéndola en una majadera. Ante el mal comportamiento de la chica, las monjas de un convento cercanos ofrecieron a los padres llevársela con ellas, a fin de educarla y hacerla una buena creyente de Dios Padre. Pero la chica se rehusó totalmente a enclaustrarse.

La bella Clara

Entonces los padres pensaron en casarla. Clara aceptó con la condición de que cada pretendiente debía batirse en duelo con los demás que tenía. El resultado fue que muchos de ellos murieron en el empeño y Clara no se casó.

En una ocasión, un guapo caballero se colocó abajo del balcón de Clara y, montado en un blanco caballo, comenzó a tocar una melodía extraña y muy bonita, al término de la cual le entregó a la caprichosa mujer una aromática rosa roja. Cada noche sucedió lo mismo, y al cabo de diez días la chica se enamoró profundamente de su galán.

Una noche acordaron fugarse y Clara montó en el corcel de su amado sin parar en mientes por el dolor que tal comportamiento acarrearía a sus padres. Mientras se dirigían hacia uno de los límites de la ciudad, ella le acariciaba la mano a su amante. De pronto, sintió algo raro: la mano estaba peluda y los dedos mostraban unas largas uñas horrorosas. Asustada, Clara se fijó en la cara del joven que se había convertido en la espeluznante y horrible cara del Diablo.

Ante tal descubrimiento, la joven mujer pegó un escalofriante y terrible grito que nadie escuchó. Los padres de Clara al darse cuenta de su desaparición empezaron a buscarla acompañados de las autoridades correspondientes. No la encontraban. Pasados quince días por fin fue encontrada la jovencita. Su cuerpo fue hallado en pleno campo y estaba completamente destrozado por las uñas del Diablo que la había arañado hasta darle muerte. ¡Ese fue el terrible destino de la desafortunada joven malcriada!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Tomás, el judio

El judío Tomás Treviño y Sobremonte vivió en el siglo XVII en una casa localizada en la Calle de San Pablo Núm. 35, calle conocida también como Cacahuatal. Este hombre que llevó asimismo el nombre de Jerónimo de Represa, nació en Medina del Río Seco en Castilla la Vieja, España.

Al llegar a la Nueva España a principios del mencionado siglo, adoptó el nombre de Tomás Treviño, y a poco de llegar fue apresado por la Inquisición acusado de practicar la religión judía. Sin embargo, logró probar que no era judaizante y fue puesto en libertad. Al salir libre se casó con doña María Gómez, también judía, y con la cual procreó a Leonor Martínez y a Rafael de Sobremonte.

Don Tomás decidió establecerse en Guadalajara, Nueva Galicia y se dedicó al comercio. Tenía una tienda de dos entradas. Bajo una de las puertas de una de ellas enterró un Santo Cristo, y a los que entraban por ésta les vendía lo que deseaban a precio rebajado. ¡A saber por qué! Tal vez porque la pisaban y era para él un gozo. Por la noche, dicen las crónicas, solía azotar una imagen de madera del Santo Niño, la cual después llegó a la iglesia de Santo Domingo, no se sabe las causas, y fue muy milagrosa y adorada.

La Estrella de David

Decidió regresar a México y el Santo Oficio lo volvió a apresar el 15 de junio de 1648 bajo cargos muy delicados tales como el de practicar los ritos de la religión judía, haberse casado empleando dichos ritos, de estar circuncidado y de haber circuncidado a su hijo, y de responder a los “buenos días” y a las “buenas noches” de sus vecinos no con el necesario “Alabado sea el Santísimo Sacramento” sino con las palabras “Beso las manos de vuestras mercedes”, lo cual consideraban como una herejía.

Por tales acusaciones, y por declararse abiertamente judío, el 11 de abril de 1649 fue condenado a ser quemado vivo en la Plaza del Volador, sita a un costado de la Alameda. Se le llevó a dicha plaza vestido con el consabido sambenito y montado en burro; o más bien en varios que se iban turnando, y al final le pusieron en un caballo mientras un indio lo exhortaba a creer en Dios, mientras le golpeaba tremendamente.

Al llegar al Volador se le amarró a un garrote y, frente a la multitud que observaba en las calles, las ventanas y las torres de los templos de San Diego y San Hipólito, se prendió fuego a la hoguera.

Cuenta la leyenda que don Tomás no gritó ni se quejó del martirio. Solamente exclamó en medio de su sofocación al recordar que todos sus bienes habían sido confiscados: – ¡Malditos, echen más leña que mi dinero que me han robado me cuesta!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Escalera

En la Ciudad de México, en el último piso de un antiguo edificio de cinco pisos, vivía una señora que te tenía un esposo, dos hijos y una hija. El padre de familia enfermó y la mujer quedó viuda. Como se sentía muy sola inició relaciones con un hombre que llevó a vivir a su casa. Al principio todo iba de maravilla. El amante era bueno con los niños y todos estaban contentos. Sin embargo, no todo era perfecto, ya que el hombre era alcohólico y cuando agarró confianza empezó a beber en demasía.

Entonces todo se convirtió en un infierno, porque el tipo se emborrachaba todos los días y golpeaba sin piedad a su querida y a los tres hijos. La hija menor, la preferida de la mujer, trataba de detener al bruto que maltrataba a su madre y a sus hermanos, pero nada conseguía, pues el señor era grande y muy fuerte. Esta situación de alcohol, golpes, groserías y malos tratos tenía ligar varios días a la semana.

Como el tipo tomaba tanto no había trabajo que le durara, por lo cual la situación económica de la familia era sumamente precaria, y lo poco que ganaba se lo gastaba en bebidas en su cantina favorita, donde no faltaban amigos que lo convidaran a beber.

La niña asesinada

En una ocasión, el borracho estaba sin un centavo y con unas ganas locas de beber. En su desesperación arremetió como nunca contra su amasia: la golpeó y la pateó. La niña como pudo trató de detenerlo, pero lo único que logró fue que le pegase con mayor saña, como nunca antes lo había hecho. La madre, desesperada, le rogaba que se detuviera, pero mientras más suplicaba más se ensañaba el borracho. Estaba tan furioso contra la pobre niña que defendía a su madre que en un arranque de odio infinito tomó a la criatura en sus brazos y la arrojó por la escalera.

La pequeña murió inmediatamente y la madre la tomó en sus brazos llorando desesperadamente. Al ver lo que había sido capaz de hacer, el asesino trató de huir, pero al final no lo hizo, sino que tomó una cuerda y se ahorcó en una viga de la recámara. Pasados los funerales, la familia restante decidió irse del departamento.

El fantasma de la niña se quedó por siempre en la escalera: va vestida de negro y siempre sonríe. Se convirtió en un espíritu bueno, pues cada vez que alguien sube la escalera lo acompaña, cuidando que no vaya a dar un mal paso y se caiga y muera. Si alguien llega a trastabillar, inmediatamente la niña le ayuda a recobrar el equilibrio para que no caiga y se mate.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Niña de la Pelota Roja

La ciudad de México cuenta con un aeropuerto cuyo nombre completo es Aeropuerto Internacional Benito Juárez que se encuentra localizado en la zona metropolitana del Valle de México, situado en el pueblo de Peñón de los Baños y rodeado de zonas urbanizadas.

Este aeropuerto cuya historia se inicia en el muy antiguo Aeródromo de Balbuena en 1911, cuenta con una leyenda que ha corrido de boca en boca por la ciudad y otros lares más alejados.

Hace ya muchos años, en el aeropuerto de la Ciudad de México tuvo lugar un nefasto accidente cuando un avión comercial, debido a la terrible neblina que había, efectuó un aterrizaje en una pista equivocada, que por cierto se encontraba cerrada debido a que la estaban arreglando. Había en ella maquinaria pesada y un enorme camión de volteo, contra el cual el avión se estrelló. En el horrible accidente murieron setenta y dos personas que iban en al aparato.

A partir de entonces, trabajadores del aeropuerto, visitantes y viajeros aseguran que se ven los fantasmas de las personas muertas en el accidente, las cuales deambulan por la famosa pista y aun por otros sitios del aeropuerto. Se les ve pálidos, perdidos, andrajosos, llenos de sangre y con partes del cuerpo amputadas y purulentas. Caminan entre las personas y de repente desaparecen dejando aterrados a quienes los ven.

La niña fantasma del aeropuerto de la Ciudad de México.

Entre estos horripilantes fantasmas puede verse el de una niña de alrededor de siete años de edad. Siempre lleva consigo una pelota roja con la que juega haciéndola rebotar. A diferencia de los otros fantasmas que no le dirigen la palabra a nadie. Esta pequeña se suele comunicar con las personas que la ven. Se acerca a ellas y les pide que le aten las agujetas de sus zapatos. Cuando alguien empieza a amarrárselas, la niña súbitamente desaparece sin dejar rastro, hecho que ocasiona un terrible susto al solicitado, del cual tarda cierto tiempo en reponerse, si es que lo logra.

A la niña le gusta aparecerse en el cementerio de aviones, en los pasillos de acceso a las salas de espera, en las tiendas donde los viajantes suelen comprar recuerdos de última hora. En fin, la niña de la pelota roja anda por todo el aeropuerto. Nadie sabe cómo se llama ni con quién se encontraba en el avión. Sólo se sabe que está muerta.

Los videos del aeropuerto han logrado captarla en muchos de los sitios mencionados, y se les puede ver accediendo a internet.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Una rica moronga

En las fiestas dedicadas a San Pedro Oztotepec, que se celebran en el Barrio de la Asunción en Xochimilco, hace ya mucho tiempo un grupo de amigos se encontraba festejando muy contento. Ya por la madrugada decidieron regresar a sus casas, cansados de tanta pachanga. Cada quien tomó el camino correspondiente hacia su respectiva casa. Una de las participantes se llamaba Felipa Sánchez y emprendió el camino bastante agotada, junto con algunos compañeros que vivían en el mismo pueblo que ella.

Cuando llegaron cerca de la orilla del lago de Xaltocan, Felipa escuchó un llanto que le llamó la atención, y les pidió a sus amigos que revisaran el lugar porque tal vez alguien se encontraba en peligro y necesitaba ayuda. Uno de los acompañantes de nombre Jacinto se percató que en la copa de un gran árbol se encontraba una mujer atorada  y se dispuso a bajarla. Ya que lo logró, la depositó sobre el pasto y se dio cuenta que la mujer estaba muy pálida. Todos la observaban y notaban que le causaba trabajo respirar. Se llamaba Inés.

Asustados, se dieron cuenta que a Inés le faltaba la mitad de sus piernas y que su cuerpo estaba tinto en sangre. No sabían qué le había pasado ni porqué se encontraba en lo alto de un árbol. La mujer les sonrió para agradecerle a Jacinto que la hubiese bajado, pero su sonrisa tenía algo raro, como malévolo. La señora, que en realidad era una bruja, se arrastró hasta la base del árbol. Tomó en sus manos una olla y una escoba de varas, al tiempo que les suplicaba a los hombres que la pusiesen en pie y que la llevaran hasta su casa, pues había sufrido un accidente y su marido la estaba esperando en su casa en Xaltocan.Plato con rebanas de moronga

Dos de los hombres del grupo se ofrecieron a ir hasta la casa de la mujer a cumplir un encargo, pues la mujer no podía moverse. Tocaron a la puerta y les abrió la puerta un señor. Le dijeron que habían encontrado a su esposa en el camino hacia Xochimilco y que necesitaban que los dejara pasar a recoger las piernas de la mujer que se encontraban en la cocina. Azorado, el hombre los condujo hasta la cocina, en donde encontraron las piernas de la bruja colocadas en forma de cruz.

La mujer bruja les había advertido a los hombres que cuando encontraran sus piernas no le fueran a quitar la ceniza que se encontraba en sus muñones, y que las envolvieran con mucho cuidado en una manta para llevarlas camino a Xochimilco donde se encontraba. Cuando el marido y los dos ofrecidos llegaron a Xochimilco, vieron con estupefacción como la bruja les quitaba la ceniza a los muñones de sus piernas y se los colocaba en los cercenados muslos.

Jacinto le preguntó al esposo si no sabía que su esposa era una bruja, pero éste alegó por completo que lo supiese. No sabia nada de las actividades nocturnas de su cónyuge. Solamente se había dado cuenta que por las noches se quedaba profundamente dormido y nada lo despertaba.

Cuando le enseñaron la olla de la bruja vieron que estaba llena de sangre. Entonces, empavorecido el marido exclamó: – ¡Con razón siempre me quiere dar moronga de almuerzo! Cuya sangre procedía de las heridas de sus piernas y de la que obtenía hiriendo a sus víctimas.

La bruja de Xaltocan salió libre, por uno de esos misterios de la ley. Pero como los habitantes de su pueblo la querían quemar, la pareja tuvo que huir a vivir a otro poblado. ¿Será acaso donde tú vives?

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El gato gris

Luisito tenía doce años y vivía con sus padres en la Ciudad de México. Por las noches escuchaba que en el alfeizar de su ventana un gato gris maullaba. Un día el niño abrió la ventana, vio lo bonito que era el animal y decidió meterlo a la casa. Lo tuvo escondido por varios días en su cuarto sin que sus padres se enterasen.

Al tomar confianza, el gato gris dio inicio a una serie de maldades dirigidas contra el padre de Luis. Rasguñaba las puertas, rompía sus pantuflas, y decidió romperle con sus garras todas sus ropas que colgaban del ropero. Por fin el padre se dio cuenta que las maldades provenían del gato que había metido el chico a la casa. Se puso furioso y agarró un fuerte palo con la intención de matarlo al felino, al tiempo que el niño le suplicaba que no lo hiciera.

Cuando estaba a punto de asestarle el golpe fatal, el gato, con los ojos brillantes como ascuas le dijo: – ¡Hey, Basilio, quieres matarme por segunda vez? Al escuchar estas palabras el hombre empezó a temblar y a llenarse de miedo, pues reconoció la voz de un hombre al que había matado en una pelea de cantina. El gato se hizo visible y se convirtió en el espectro del ex amigo asesinado. Le indicó al asustado padre que no era su intención matarlo, sino simplemente hacerle la vida imposible y vigilar sus movimientos. Lo torturaría con sus maldades hasta hacerle la vida imposible… hasta volverlo loco.El vengativo gato gris

Y así lo hizo el gato. Siguió viviendo en la casa y cada día hacía una de los suyas. Se subía a los roperos y cuando Basilio pasaba se le echaba encima. Una vez le sacó un ojo. Se orinaba sobre el padre de Luis cuando estaba durmiendo. Mordisqueaba los planos que el hombre realizaba para su trabajo, pues era ingeniero. No podía recibir visitas porque a todas las arañaba. El gato estaba incontrolable y ni el mismo Luis tenía ascendiente sobre él.

Así pasaron muchos meses y el gato, a veces con apariencia de espectro y a veces con apariencia de gato, no dejaba de molestar a Basilio que ya estaba harto y sumamente nervioso. En cierta ocasión mientras el gato dormía, Basilio se le acercó sigilosamente llevando con una correa a un gran perro para que lo devorase. Pero el gato se dio cuenta y tomando su aspecto de fantasma, se echó sobre el perro y lo destripó. Nada podía matarlo.

Al cabo de dos años de esta situación. El hombre de suicidó colgándose de una viga de la casa. Al verlo balancearse, el gato gris alzó su hermosa cabeza para verlo y le dijo: – ¡Ahora estamos a mano, Basilio! Y desapareció para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Longinos y el abanico

En el Callejón de las Golosas de la colonial Ciudad de México, vivía Longinos Peñuelas, un hombre muy rico y todo un contumaz Don Juan, dedicado a seducir mujeres para luego abandonarlas, sin importarle el daño que hacía. Una noche que regresaba a su casa después de haber dormido con una bella mujer casada, pasó por una casona en uno de cuyos balcones se encontraba una hermosa chica con vestido blanco, que llevaba en una mano un abanico de encajes con el cual se abanicaba coquetamente. Al pasar Longinos se le cayó un pañuelo a la bella y éste se apresuró a devolvérselo a la damisela. Al verla tan bonita se puso a platicar con ella y quedaron en verse las siguientes noches a escondidas de su padre a la medianoche.

Una de esas noches, Longinos trató de besar a la joven y ella puso el abanico entre los dos, el cual se rompió por la mitad. Pasadas unas noches, el galán le propuso que se escapara con él; ella aceptó, pero con la condición de llevarse a su pequeño hijo, un lindo nene. El Don Juan aceptó y al día siguiente acudió a la casa de su dama con varias horas de anticipación. Al llegar a la casona se percató de que se veía muy vieja y como si estuviera abandonada de tiempo atrás. Desconcertado, llamó a la puerta, pero nadie le abrió por mucho que insistió con la sonora aldaba. Entonces, Longinos decidió preguntarles a unas mujeres que pasaban por ahí si sabían por qué ningún criado le abría la puerta.

El abanico de encaje blanco

Ellas le respondieron que esa casa estaba cerrada desde hacía diez años, y que había pertenecido a Hermenegildo Alcérreca y a su hija Rosaura, y que ya nadie vivía ahí. Le dijeron que después de haberla habitado por tan solo unos meses, los moradores se habían marchado y que desde entonces se escuchaban terribles y desgarradores gritos a la medianoche.

Longinos trajo a un cura y a un cerrajero que abrió el portón. La casa estaba en completas ruinas, Cuando el frustrado enamorado subió al cuarto desde cuyo balcón vio por primera vez a su amada, descubrió que estaba completamente a oscuras. Al prender una vela vio en la cama los esqueletos: el de una mujer y el de un bebé. En la mano descarnada de la mujer podía verse la mitad de un abanico de encajes. El sacerdote que acompañaba a Longinos echó agua bendita sobre los esqueletos y rezó por el descanso eterno de esas dos almas.

Al salir de la casa, destrozado y llorando por la pena de haber perdido a su amada, Longinos se topó con el esposo de la última mujer casada a la que había seducido. El marido, loco de furia, sacó su espada y se la clavó en el pecho al pecador, quien al instante murió.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Tía Lola

Por el Bosque de Chapultepec, cerca del Panteón de Dolores en la Calle de Constituyentes de la Ciudad de México, existe una casona en la que vivía una señora a la que llamaban la Tía Lola. Como vivía muy sola y no tenía parientes, decidió recoger niños pobres y cuidarlos. Y así lo hizo, hecho por el cual los vecinos la admiraban y la consideraban un alma caritativa.

Corría el rumor por el barrio de que la Tía Lola tenía mucho dinero, herencia de su rico marido comerciante. Tal dinero lo empleaba para mantener a los niños y jovencitos que recibía en su casa-asilo, y cuyos gastos eran elevados.

Cierto día, tres de los jóvenes que vivían en el asilo decidieron robarle el dinero y huir con él. Una noche, cuando todos dormían los ingratos jovenzuelos recorrieron, sigilosamente, la casa en busca del dinero deseado. La Tía Lola escuchó ruidos que la despertaron, y salió de su cuarto con el fin de averiguar qué era lo que sucedía. Cuando vio a los muchachos robando el dinero, les amonestó por su mala acción. Al verse descubiertos y temerosos de ir a para a prisión, los ladronzuelos tomaron sendos objetos de metal y arremetieron contra la caritativa mujer. La golpearon sin piedad hasta matarla. Inmediatamente, los jóvenes huyeron por esas calles de Dios.

La bondadosa Tía Lola

Con la muerte de la Tía Lola, la casa quedó vacía. Al poco tiempo del truculento hecho, empezaron a ocurrir sucesos extraños y sobrenaturales en la casona. Por las ventanas los vecinos veían claramente la silueta de la Tía. Cuando algunas personas se interesaban en comprar la casa, se escuchaban puertas que se cerraban ruidosamente, gritos angustiantes de mujer que pedían auxilio, y llantos desgarradores que, por supuesto, desanimaban al comprador.

Por tal razón, la casona nunca se ha podido vender y continúa deshabitada, gracias a la ingratitud de unos jovenzuelos ambiciosos y asesinos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Las Flores del Toloache

Hace mucho tiempo, mucho antes de que Tenochtitlan fuera desaparecida por los conquistadores españoles, existió un gran Señor que tenía siete hijos. Cada uno de ellos se llevaban un año. Era apuestos y audaces.

En cierta ocasión, el tlatoani se encontraba en sus aposentos descansando. Su recámara daba a un patio lleno de flores y de árboles. De pronto, el hombre se despertó al escuchar el llanto de una niña que se encontraba, desnuda y muerta de hambre, a la puerta de la estancia donde descansaba. Al verla, se dio cuenta de que la pequeña era sumamente bonita y decidió adoptarla y tratarla como si fuese su propia hija.

La niña comenzó a crecer, y cada vez era más bella. Su belleza deslumbraba a todo aquel que la veía. Como era de esperarse, los siete hijos del tlatoani se enamoraron perdidamente de la joven. Este hecho trajo como consecuencia que los hermanos empezaran a odiarse y a celarse los unos de los otros. La vida en palacio se convirtió en un terrible infierno. Sin embargo, la bella muchacha quería a los siete galanes como si fueran sus verdaderos hermanos, y no estaba enamorada de ninguno en particular.

La bella flor del toloache

Entonces, los siete hermanos decidieron entablar un combate para decidir quién se casaría con ella. El combate debía ser a muerte, y el único sobreviviente sería el afortunado esposo de la joven. Cuando el tlatoani se enteró de lo que planeaban hacer sus hijos para obtener el amor de la chica, tomó una horrenda decisión y ordenó a tres de sus guerreros que le quitaran la vida a la pequeña, pues era consciente de que no había otra manera de solucionar el conflicto.

Los guerreros se llevaron a la pobrecilla a un monte cercano a palacio y la apuñalaron. La muchacha cayó al suelo herida, pero no estaba muerta, aunque eso creyeron sus asesinos. Cuando despertó y se dio cuenta de lo ocurrido, se levantó y corrió a través del bosque en la más absoluta oscuridad. Pero pronto salió la Luna e iluminó el bosque. En ese momento la planta del toloache abrió sus flores. Una de ellas se dirigió a la asustada niña y le dijo que se escondiera dentro de ella. Inmediatamente la joven se hizo tan pequeña que pudo meterse entre los pétalos de la flor.

Desde entonces la bella joven vive en las flores del toloache, y los dioses le dieron poderes maravillosos a la planta por su buena acción. Pues el toloache es capaz de calmar los dolores de las personas, quita el insomnio, dilata las pupilas y cura las hemorroides. Su capacidad terapéutica es muy grande.

Para evitar que los siete hermanos enloquecidos de amor encuentran a la bella, las flores del toloache solamente se abren en las noches de plenilunio, y aunque los príncipes se transformaron en mariposas para encontrarla, nunca lo harán ya que las mariposas no pueden acercarse a dichas flores porque su olor las mata.

Sonia Iglesias y Cabrera