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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror

La Niña de la Pelota Roja

La ciudad de México cuenta con un aeropuerto cuyo nombre completo es Aeropuerto Internacional Benito Juárez que se encuentra localizado en la zona metropolitana del Valle de México, situado en el pueblo de Peñón de los Baños y rodeado de zonas urbanizadas.

Este aeropuerto cuya historia se inicia en el muy antiguo Aeródromo de Balbuena en 1911, cuenta con una leyenda que ha corrido de boca en boca por la ciudad y otros lares más alejados.

Hace ya muchos años, en el aeropuerto de la Ciudad de México tuvo lugar un nefasto accidente cuando un avión comercial, debido a la terrible neblina que había, efectuó un aterrizaje en una pista equivocada, que por cierto se encontraba cerrada debido a que la estaban arreglando. Había en ella maquinaria pesada y un enorme camión de volteo, contra el cual el avión se estrelló. En el horrible accidente murieron setenta y dos personas que iban en al aparato.

A partir de entonces, trabajadores del aeropuerto, visitantes y viajeros aseguran que se ven los fantasmas de las personas muertas en el accidente, las cuales deambulan por la famosa pista y aun por otros sitios del aeropuerto. Se les ve pálidos, perdidos, andrajosos, llenos de sangre y con partes del cuerpo amputadas y purulentas. Caminan entre las personas y de repente desaparecen dejando aterrados a quienes los ven.

La niña fantasma del aeropuerto de la Ciudad de México.

Entre estos horripilantes fantasmas puede verse el de una niña de alrededor de siete años de edad. Siempre lleva consigo una pelota roja con la que juega haciéndola rebotar. A diferencia de los otros fantasmas que no le dirigen la palabra a nadie. Esta pequeña se suele comunicar con las personas que la ven. Se acerca a ellas y les pide que le aten las agujetas de sus zapatos. Cuando alguien empieza a amarrárselas, la niña súbitamente desaparece sin dejar rastro, hecho que ocasiona un terrible susto al solicitado, del cual tarda cierto tiempo en reponerse, si es que lo logra.

A la niña le gusta aparecerse en el cementerio de aviones, en los pasillos de acceso a las salas de espera, en las tiendas donde los viajantes suelen comprar recuerdos de última hora. En fin, la niña de la pelota roja anda por todo el aeropuerto. Nadie sabe cómo se llama ni con quién se encontraba en el avión. Sólo se sabe que está muerta.

Los videos del aeropuerto han logrado captarla en muchos de los sitios mencionados, y se les puede ver accediendo a internet.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Urbanas de Terror San Luis Potosí

EL Gallito que resucitó

Luis Maldonado vivía en San Luis Potosí y estudiaba en la Facultad de Letras. Como destacado estudiante era apreciado por todos sus compañeros y conocidos, además de que escribía muy bien y hacía unos excelentes poemas. Pertenecía Luis a una familia de la clase media alta. Un día, conoció a una muchacha llamada Eugenia y se enamoró de ella. Empezaron un romance apasionado. Él se encontraba en la gloria, pues era el amor de su vida, y le escribía muchos poemas a su amada, quien los recibía con beneplácito.

Pero un día Eugenia abandonó a Luis, se casó con otro hombre y se fue a vivir a otro estado. Luis quedó devastado ante la traición de su adorada y se dedicó a la bebida. Iba de cantina en cantina completamente descuidado de su persona. Su físico y su mente empezaron a deteriorarse de tanto alcohol como consumía. Todos los días salía de las cantinas a altas horas de la noche completamente beodo.

Como es natural su familia estaba muy preocupada. Un día el pobre de Luis cayó enfermo y su familia le cuidó, se recuperó, pero poco después su hermana le encontró muerto en la calle de puro borracho. Como ya era muy noche y no podían sepultarlo, sus familiares dejaron su cuerpo en un ataúd en un panteón llamado El Descanso, para poder enterrarlo al día siguiente.

En la madrugada, cuando la familia se encontraba en su casa durmiendo, escucharon fuertes toquidos en la puerta de la residencia. El padre preguntó a través de la puerta que quién llamaba a esas horas de la noche. Se escuchó una voz que decía: – ¡Soy yo padre, ábreme que tengo frío! El padre, muy enojado, mandó a paseo al tío que se atrevía a gastar broma tan de mal gusto. – ¡Ábreme, ábreme que soy yo, Luis! Insistía la voz.

Por fin,  abrieron la puerta y vieron que efectivamente se trataba de Luis, al que sus conocidos apodaban El Gallo Maldonado. Había regresado de la muerte. Desde entonces Luis sufrió un cambio tremendo en su persona: se vestía estrafalariamente, se tocaba con un carrete viejo y roto del que asomaban unos sucios pelos, el pantalón le quedaba corto y el saco enorme. Se convirtió en un vago educado y poeta, que cuando veía a una pareja de enamorados les dedicada un hermoso poema. Todos los que le veían sentía afecto y tristeza por él, pero nunca se burlaban, aunque seguía bebiendo en demasía.

El Gallo Maldonado se convirtió en un personaje de su ciudad. Un cierto día, el Gallo Maldonado desapareció para siempre. Nunca nadie supo más de él. Sin embargo, dice la leyenda que muchos enamorados nocturnos se lo han encontrado y Luis, convertido en fantasma y romántico como siempre, les dedica un bello poema a sus amores. Pero solamente se les aparece a los verdaderos enamorados, a aquellos que se quieren para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas San Luis Potosí

Claudia y Rodolfo

En San Luis Potosí vivía una muchacha muy bonita llamada Claudia. Pertenecía a una familia de las llamadas de abolengo bastante rica. Claudia vivía con su madre, pues era huérfana de padre, y su hermano mayor también había muerto cuando era pequeña. La joven era, además de bella, alegre y muy elegante.

Siendo casi una adolescente conoció a Rodolfo y ambos se enamoraron. Para ella él era su primer novio y su primer amor. Fueron novios por muchos años y acabaron comprometiéndose en matrimonio. Cuando Rodolfo le pidió a Claudia que se casaran le regaló un anillo de oro blanco con una enorme acerina negra, anillo que había pertenecido a la abuela del muchacho y era muy antiguo. El enamorado le pidió a la enamorada que le quisiera por siempre pasara lo que pasase: y ella, muy apasionadamente juró cumplir el juramento de amarlo por toda la vida.

Habían escogido para casarse el Templo de San Miguelito. El día de la boda Claudia se presentó en la iglesia portando un maravilloso vestido de novia lleno de encajes traídos especialmente desde la ciudad de Brujas en Bélgica. Llegó y esperó a un novio que nunca llegó. Al principio la joven reía y esperaba pacientemente la llegada del prometido, pero éste no llegó nunca.

Templo de San Miguelito en San Luis Potosí

Los invitados que esperaban la ceremonia empezaron a murmurar acerca de tan extraña situación, muchos opinaban que Rodolfo se había arrepentido y había sacado el bulto a la situación. Otros pensaban que tal vez hubiese muerto o lo hubiesen asesinado. Al final nadie supo que había pasado con el prometido y la boda no se celebró.

Ante este terrible plantón, Claudia se volvió loca y, vestida de novia acudía al Jardín de San Miguelito o a la Plaza de Armas, para sentarse en un banco en espera de que Rodolfo se presentara para casarse con ella. Si llegaba a ver a algún joven parecido al ingrato le gritaba: – ¡Rodolfo, por qué tardaste tanto en venir si tenemos que casarnos como me prometiste! Ante estos gritos destemplados de la loca, algunos muchachos se detenían y la consolaban, otros se burlaban y hasta abusaban de ella.

Las personas empezaron a llamarla La Loca Zulley, que era como se apellidaba. Y la pobre mujer, con el vestido de novia sucio y andrajoso, seguía gritándole a los hombres: ¡Ven, Rodolfo, ven a mí!

Esta situación duró por muchos años, hasta que La Loca se murió de amor. Su madre la enterró en el Panteón llamado El Tecuán el cual curiosamente se encontraba atrás del Templo de San Miguelito.

Cuando el panteón desapareció para dar lugar a la construcción de la Escuela Manuel José Othón, un joyero del Mercado de la Merced se encontró con el anillo de oro blanco y acerina, y decidió dárselo a la Virgen de la Soledad quien lo luce en el dedo anular de la mano izquierda.

De Rodolfo nunca se supo que le sucedió y que le impidió asistir a su boda: ¿desamor, miedo o la muerte?

Sonia Iglesias y Cabrera

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Campeche Leyendas Cortas

El Mar se enamora

Campeche, ciudad capital de uno de los estados del sureste de la República Mexicana fue fundada en 1531 por el adelantado Francisco de Montejo, a la cual designó con el nombre de Villa de Salamanca de Campeche. Para algunos estudiosos su nombre significa en lengua maya “serpiente” y “garrapata”; para otros, deriva de las palabras kin, sol y pech, garrapata, más el prefijo locativo ah, lo que daría lugar a que Campeche significara “lugar del señor sol garrapata.”

Sea como fuere, de Campeche ha llegado hasta nuestros días una leyenda muy bonita. En ella se nos cuenta que hace ya mucho tiempo en la ciudad mencionada vivía una mujer sumamente hermosa, a quienes todos admiraban por su donaire.

A esta bella muchacha le gustaba mucho caminar por la costa para disfrutar la brisa del mar y la belleza de las altas olas. Asimismo, disfrutaba viendo los enormes buques que llegaban al puerto procedentes de todos los países del mundo. Al verlos era como transportarse a remotas regiones que imaginaba de una gran belleza.

El bello malecón de Campeche

Era tal la hermosura de esta joven que incluso el Mar estaba enamorado de ella. Siempre esperaba con impaciencia que apareciera por la costa para admirarla y poderla besar con el agua de las olas que lamían las blancas arenas y mojaban sus pies. Al Mar le gustaban las sonrisas de felicidad que asomaban a la cara de la mujer cada vez que contemplaba el mar y sentía el agua de mar.  Por las tardes, el Mar se pintaba de color dorado con los ponientes rayos del sol y disfrutaba con la felicidad que esto producía en la chica.

Cierto día en que la joven estaba dando su acostumbrado paseo por la playa, se encontró con un marinero de quien se enamoró al instante. Por su parte, el marinero al verla también quedó inmediatamente prendado de ella.

Al darse cuenta el Mar del gran amor que había nacido en la pareja, se puso furioso de celos. El Mar sentía que la joven ya no le prestaba la atención que antaño le daba, Ya no disfrutaba con la brisa ni con las olas, pues nada más tenía ojos para su adorado marinero.

Pero llegó el día en que el marino tuvo que zarpar del puerto con su tripulación. Se lo anunció a su amada, y ambos se juraron amor eterno entre beso y beso. Ella juró esperarlo y él juró volver. Se dieron un prolongado beso de despedida y se separaron.

El Mar que veía la escena estaba iracundo y verde de celos, Su ira no tenía límites, y en su terrible enojo provocó una tormenta como nunca se había visto por esos lares. Las olas eran tan enormes y la lluvia tan abundante que terminaron por volcar la nave en donde iba el marinero enamorado, quien murió ahogado.

La mujer desesperada al ver que su amado no volvía, acudía mañana y tarde a la orilla de la playa con la esperanza de ver llegar al buque donde vendría el sujeto de sus amores. Todos los días acudía. A veces se sentaba en el malecón y se ponía a ver el horizonte inútilmente, pues el amado nunca llegó. En cambio, el mar estaba exultante, bello como nunca, con magníficas olas y bellísimos colores, pues ahora podía ver a su amada todo el tiempo que quisiera y besarle los pies con sus frescas y dulces aguas.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Una rica moronga

En las fiestas dedicadas a San Pedro Oztotepec, que se celebran en el Barrio de la Asunción en Xochimilco, hace ya mucho tiempo un grupo de amigos se encontraba festejando muy contento. Ya por la madrugada decidieron regresar a sus casas, cansados de tanta pachanga. Cada quien tomó el camino correspondiente hacia su respectiva casa. Una de las participantes se llamaba Felipa Sánchez y emprendió el camino bastante agotada, junto con algunos compañeros que vivían en el mismo pueblo que ella.

Cuando llegaron cerca de la orilla del lago de Xaltocan, Felipa escuchó un llanto que le llamó la atención, y les pidió a sus amigos que revisaran el lugar porque tal vez alguien se encontraba en peligro y necesitaba ayuda. Uno de los acompañantes de nombre Jacinto se percató que en la copa de un gran árbol se encontraba una mujer atorada  y se dispuso a bajarla. Ya que lo logró, la depositó sobre el pasto y se dio cuenta que la mujer estaba muy pálida. Todos la observaban y notaban que le causaba trabajo respirar. Se llamaba Inés.

Asustados, se dieron cuenta que a Inés le faltaba la mitad de sus piernas y que su cuerpo estaba tinto en sangre. No sabían qué le había pasado ni porqué se encontraba en lo alto de un árbol. La mujer les sonrió para agradecerle a Jacinto que la hubiese bajado, pero su sonrisa tenía algo raro, como malévolo. La señora, que en realidad era una bruja, se arrastró hasta la base del árbol. Tomó en sus manos una olla y una escoba de varas, al tiempo que les suplicaba a los hombres que la pusiesen en pie y que la llevaran hasta su casa, pues había sufrido un accidente y su marido la estaba esperando en su casa en Xaltocan.Plato con rebanas de moronga

Dos de los hombres del grupo se ofrecieron a ir hasta la casa de la mujer a cumplir un encargo, pues la mujer no podía moverse. Tocaron a la puerta y les abrió la puerta un señor. Le dijeron que habían encontrado a su esposa en el camino hacia Xochimilco y que necesitaban que los dejara pasar a recoger las piernas de la mujer que se encontraban en la cocina. Azorado, el hombre los condujo hasta la cocina, en donde encontraron las piernas de la bruja colocadas en forma de cruz.

La mujer bruja les había advertido a los hombres que cuando encontraran sus piernas no le fueran a quitar la ceniza que se encontraba en sus muñones, y que las envolvieran con mucho cuidado en una manta para llevarlas camino a Xochimilco donde se encontraba. Cuando el marido y los dos ofrecidos llegaron a Xochimilco, vieron con estupefacción como la bruja les quitaba la ceniza a los muñones de sus piernas y se los colocaba en los cercenados muslos.

Jacinto le preguntó al esposo si no sabía que su esposa era una bruja, pero éste alegó por completo que lo supiese. No sabia nada de las actividades nocturnas de su cónyuge. Solamente se había dado cuenta que por las noches se quedaba profundamente dormido y nada lo despertaba.

Cuando le enseñaron la olla de la bruja vieron que estaba llena de sangre. Entonces, empavorecido el marido exclamó: – ¡Con razón siempre me quiere dar moronga de almuerzo! Cuya sangre procedía de las heridas de sus piernas y de la que obtenía hiriendo a sus víctimas.

La bruja de Xaltocan salió libre, por uno de esos misterios de la ley. Pero como los habitantes de su pueblo la querían quemar, la pareja tuvo que huir a vivir a otro poblado. ¿Será acaso donde tú vives?

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Jalisco Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Catalepsia

Victoriana Hurtado era una joven que pertenecía a una familia rica y de renombre. Había nacido en el año de 1833 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Desde pequeña fue muy consentida y nunca careció de lo necesario y aun de lo superfluo. Además de los lujos de que gozaba, tenía el amor incondicional de sus progenitores, quienes la adoraban.

Cuando llegó a la edad de merecer, sus padres le escogieron un buen partido para que formase un matrimonio que le fuese favorable.

El hombre elegido formaba parte de una buena familia y no carecía de fortuna, aun cuando no tan grande como la de su prometida. Los padres de Victoriana estaban satisfechos con la unión. La pareja se casó y vivían felices. Tuvieron tres hijos, Alejandro, Octavio y Javier, a los que adoraban y criaron sanos.La tumba de Victoriana con la mano de piedra y el testamento

Pero la pareja no estaba del todo feliz, pues Victoriana padecía de una enfermedad llamada catalepsia, la cual le producía inmovilidad y rigidez del cuerpo cuando menos lo pensaba. Llegó el día en que los padres de la enferma murieron y, antes de morir, le entregaron al yerno un enorme diamante. Cuando murieron los padres, le dejaron toda su gran fortuna a su hija, quien se convirtió en una rica heredera.

Cuando los hijos crecieron se dieron cuenta que su padre estaba dilapidando la fortuna de su madre en juegos, borracheras y mujeres, y ellos, que también eran ambiciosos y despilfarradores, ansiaban la muerte de su madre para poder heredarla y llevar una vida de disipación.

Cuando el padre de los tres hijos de Victoriana murió a causa de sus excesos, se alegraron de su muerte, y aprovechando un ataque de catalepsia de su madre, la hicieron pasar por muerta y la enterraron prestos en el Panteón de Belén, aun cuando sabían muy bien que no estaba muerta.

Al día siguiente de haberla enterrado, un velador del panteón vio que la mujer había tratado de salir de su tumba, porque se escuchaban sus lamentos desgarradores. Abrió la tumba y se encontró a la pobre mujer que tenía la mano ensangrentada por tratar de cavar una salida en el ataúd. La pobre Victoriana sobrevivió al entierro malévolo de sus hijos.

Cuando verdaderamente murió Victoriana, no les dejó a sus hijos nada de su fortuna. Toda la cedió a obras de caridad. Poco tiempo después, los hijos murieron de manera misteriosa y en la más absoluta pobreza. Al poco tiempo de morir, sus caras aparecieron talladas en la tumba de su madre a la que habían asesinado. Nadie supo cómo aparecieron ahí, junto a la lápida de Victoriana que mostraba una mano de piedra que asía un testamento.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas de Terror Puebla

¡Las culpas siempre se pagan!

Hace ya mucho tiempo escuché una leyenda procedente de la ciudad de Zacatlán, Pueblo mágico del estado de Puebla, cuyo nombre significa “lugar donde abunda el zacate”, y al cual se le conoce también con el poético nombre de Zacatlán de las Manzanas, ya nos podemos imaginar el porqué.

Durante la época de la lucha independentista de México, el insurgente Francisco Osorno tomó la ciudad que se encontraba en manos de los españoles y la convirtió en su centro de actividades militares. Osorno había nacido en Chignahuapan el 19 de marzo de 1769, y fue un gran militar que consiguió muchas victorias en la lucha armada contra los colonialistas. Antes de unirse a los insurgentes había sido procesado por ser ladrón de caminos en el estado mencionado de Puebla. Y es de todos sabido que cometió una serie de tropelías antes de convertirse en militar.

Este personaje ha sido objeto de una leyenda popular muy conocida en la región poblana. En Zacatlán existe un templo dedicado a San Francisco, y se dice que en él se aparecía – o se aparece- el fantasma de Osorno. Cuenta la leyenda que cuando sonaba la medianoche dentro del templo se aparecía el fantasma del militar, quien vestido como tal, se arrodillaba ante el altar y gemía y se lamentaba lastimosamente.El Templo de San Francisco en Zacatlán, Puebla

Al llegar la madrugada, los gemidos cesaban y el fantasma de Osorno dejaba el templo y se iba caminando por la ciudad de Zacatlán. Al salir se le notaba en la cara el arrepentimiento que llevaba a cuestas. Arrepentimiento por las malas acciones que había cometido en vida.

Muchas fueron las personas que le vieron tanto en el templo como caminando por las calles del poblado. Quien se lo encontraba se llevaba un susto tremendo. Toda la ciudad vivía asustada y temerosa de encontrarle por casualidad.

En cierta ocasión, un centinela que hacía su ronda frente a un cuartel vio pasar una sombra y al momento gritó: – ¡Alto ahí, ¡quién vive! A lo que una siniestra voz le respondió: ¡Soy el brigadier Francisco Osorno, y estoy pagando por mis delitos! El centinela, muy asustado, corrió al cuartel a dar cuenta a sus superiores de la aparición fantasmal. Tanto fue su espanto que pasados siete días murió de puro susto.

Por la ciudad cundió más el pánico, ya nadie quería salir se sus casas y tenían miedo de acudir al templo de San Francisco. Ante esta grave situación, el sacerdote de la iglesia se armó de un crucifijo, velas y agua bendita y, ayudado por el sacristán, recorrió todo el pueblo bendiciéndole, esparciendo el agua bendita y pidiendo al Santo Padre que los protegiera de tan molesto fantasma.

A los pocos días el fantasma ya no volvió. Se había ido a pagar sus culpas a otro sitio. O tal vez ya había sido perdonado por sus fechorías… ¡O tal vez aún sigue gimiendo en el templo de San Francisco! ¡Quién lo sabe!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato Leyendas Cortas Leyendas de Terror

¡A las momias se les respeta!

En el estado de Guanajuato se cuenta una leyenda no muy antigua, que nos relata lo acontecido a un galancete llamado Alberto del Río. Este joven un día conoció a una bonita turista en el Parque de la Unión, y la invitó a ver el lugar donde se encuentran las famosas momias en exhibición. De carácter narcisista Alberto se propuso impresionar a la joven que procedía de Guadalajara y había ido con sus padres a conocer la ciudad de Guanajuato y sus atracciones. La joven aceptó.

Cuando llegaron al museo donde se exhiben las momias, Alberto fue relatándole las historias de cada una de ellas, por supuesto todas inventadas.

Cuando llegó a una momia especialmente horrible, le contó que esa momia se había transformado en lo que era por haberle faltado al respeto a un sacerdote, en el momento se encontraba en su lecho a punto de morir, y necesitaba de la confesión. Sin ninguna consideración a la momia, Alberto lo toqueteó largo rato para impresionar a la chica, e incluso llegó a tomarse fotografías con su celular con la momia, al tiempo que hacía chistes nada graciosos.La Momia ofendida

Cuando terminó el tiempo de visitas al museo, Alberto le dijo a la muchacha que si aceptaba ser su novia él le ofrecía quedarse a pasar la noche en el largo recinto donde se encontraban las momias. A pesar de que la mujer sabía que no podían ser novios ya que ella vivía en Jalisco, aceptó el ofrecimiento para ver de lo que era capaz su pretendiente.

La advirtió que para comprobar de que efectivamente se había quedado en el museo, Alberto debía tomarse fotos con su celular para que quedara testimonio de la veracidad de lo ofrecido. La chica le dijo que se quedara en el sitio y que a la mañana siguiente ella regresaría con sus padres para que le mostrara las fotografías. Alberto, que conocía bien el lugar, se aprestó a esconderse en un rinconcito para pasar la noche. Para darse valor, sacó de su chamarra una anforita llena de tequila y dio unos tragos. Tomó su celular y le envió unos cuantos textos a la chica para que viera que sabía cumplir su palabra, e incluso sacó varias fotos. En una de las fotografías que el galán le envió por el celular, la muchacha vio claramente que se encontraba atrás de Alberto una persona, entonces le preguntó si algún amigo le estaba acompañando por si le daba miedo. El joven se apresuró a contestarle que no, que se encontraba solo como lo habían acordado.

Una vez terminada la conversación, la señal se perdió y Alberto se sentó en el suelo a esperar el día, En esas estaba cuando de pronto una persona se apareció a su lado. Al sentirla, Alberto le preguntó si se trataba del velador, pero solamente escuchó una grotesca y fúnebre carcajada. En seguida, escuchó una voz cavernosa que le decía: – ¡Tú asqueroso y despreciable hombre, te has burlado de mí! ¡No solamente me estuviste manoseando a tu antojo, sino que inventaste una sucia historia acerca de mí! Al darse cuenta que el que estaba junto a él era la momia que había ofendido, cayó muerto al momento debido a un infarto cardíaco.

Cuando le encontraron los custodios encargados de abrir el recinto de las momias, se encontraron con un joven muerto y con la cara deformada por el terror pánico que había pasado. ¡A las momias se les debe respetar!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Guanajuato Leyendas Cortas

Don Ernesto y los naipes

Existe una leyenda del estado de Guanajuato que nos narra la triste historia de un rico caballero al que le gustaba mucho el juego. Este caballero llevaba por nombre don Ernesto y acostumbraba salir a jugar todas las noches. Su lugar preferido era la llamada Casa del Juego. Se trataba de un lugar que en la ciudad de Guanajuato era muy conocido y al que solamente podían acceder las personas que contasen con un buen capital, pues se jugaba fuerte y había que ser rico para poder participar.

Como es de todos sabido, el juego es un vicio que hace que las personas apuesten dinero, joyas, casas y hasta grandes haciendas con tal de jugar. Don Ernesto casi siempre ganaba en los juegos de azar, en este caso juegos de naipes, y si no ganaba al menos sus pérdidas no eran muy onerosas ni le causaban problemas.

Sin embargo, una cierta noche el caballero jugador empezó a perder como nunca. Perdió cuatro propiedades importantes, y se encontraba a la vez que nervioso muy enojado con dichas pérdidas a las que no estaba acostumbrado.

La Calle del Truco

Siguió jugando y perdió todo el dinero que tenía y dos propiedades más. Ya no tenía nada que apostar. Estaba desesperado y deseaba irse, cuando uno de los contrincantes del juego le detuvo por la manga de su chaqueta y le susurró que se mantuviese en la mesa de juego, que no lo había perdido todo y que aún le quedaba una cosa muy valiosa que le permitiría apostar y reponer parte de lo perdido, si no es que todo, si intentaba una jugada más.

Al escuchar tales palabras, don Ernesto se volvió presto hacia el hombre que le hablaba, molesto por el atrevimiento. Preguntó al misterioso hombre a qué se refería con lo dicho, puesto que había perdido todo su capital. Sentado nuevamente, el hombre que lucía un traje negro y era pálido como la cera y con ojos negros y profundos, volvió a susurrarle unas palabras cerca del oído.

Inmediatamente, don Ernesto lanzó un grito de espanto, enrojeció y luego se puso color papel y profirió un extraño grito de rechazo y asombro: – ¡No, no, ella no, eso no puede ser! Pero después de indignarse, el jugador quedó callado y pensativo. Después de unos momentos aceptó seguir jugando y pidió nuevas cartas.

Ya solamente quedaban dos jugadores, el hombre de negro y él desgraciado don Ernesto. Dio comienzo el juego. Se pidieron cartas. Empezó el albur… y don Ernesto volvió a perder. Quedó el hombre sin habla. No podía moverse de la silla. ¡Había perdido nada menos que a su esposa! ¡Y la había perdido jugando con el Diablo! A los pocos días murió el desdichado.

Desde entonces en la Calle del Truco se aparece el fantasma de don Ernesto, vestido con una capa negra y un sombrero que le cubre su pálida cara en la que se pueden ver sus triste y centellantes ojos cargados y dolor y de culpa por haber jugado y perdido a su bella esposa, a quien ni decir tiene que se la llevó el Diablo. Al llegar a media calle toca a una puerta tres veces. ¡Es la puerta del garito donde jugó a su mujer! Genio y figura… hasta la sepultura.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Leyendas Cortas Nuevo León

La Virgen de la Concepción se enfada

Albercones se encuentra situado en el Municipio de Doctor Arroyo en el estado de Nuevo León, bastante alejado de la cuidad capital de Monterrey. Cuenta una leyenda que en Albercones había una gran hacienda, era tan enorme que abarcaba todo el municipio de Doctor Arroyo y aún más, puesto que llegaba hasta una parte de Tamaulipas y de San Luis Potosí. Esta hacienda había pertenecido al conde de Casa Raúl. En el siglo XIX se fraccionó por mandato virreinal, y así surgió la conocida Hacienda de Albercones, que ocupaba la parte noreste de la hoy conocida ciudad de Doctor Arroyo.

En la Hacienda de Albercones, como era costumbre en todas las haciendas, existía una capilla, consagrada a la Virgen de la Concepción, cuya imagen había traído el propietario desde España, país del que procedía.

La zona donde se localizaba la hacienda estaba poblada por grupos de indígenas huachichiles, a quienes los frailes evangelizadores trataban de convertir al catolicismo y alejarlos de sus creencias ancestrales, pues los curas pensaban que los indios se aferraban a creencias erróneas cargadas de brujería. Sin embargo, la labor de los religiosos era infructuosa. Los indios presentaban mucha resistencia a aceptar la nueva religión y seguían manteniendo sus creencias.La ex Hacienda de Albercones

Según afirma la leyenda, en los alrededores de la hacienda pululaban las brujas y se practicaba la brujería de lo lindo, Los sacerdotes se sentían impotentes. En esa época ya se había fundado el pueblo que llegaría a ser Doctor Arroyo, el cual contaba con una pequeña iglesia, una simpática capillita. Los frailes de dicha capilla se habían protegido concienzudamente contra los maleficios de las brujas que se encontraban regadas por la región, y éstas no se atrevían a llegar hasta el poblado, por temor a tales protecciones.

La Virgen de la Concepción de la capilla de la hacienda un buen día se hartó de tanta brujería y brujas a su alrededor y decidió que había llegado la hora de marcharse. Entonces se fue caminando hasta la capilla de Doctor Arroyo.

Al darse cuenta los campesinos de la hacienda de que la Virgen de la capilla ya no estaba más en su lugar, acudieron a ver al dueño para decirle que la imagen no estaba en su lugar en el altar. Sin embargo, el patrón no mostró interés alguno en lo que le decían, y como tenía más propiedades que atender, no tomó cartas en el asunto.

Al poco tiempo de que la Virgen de la Concepción se cambió de capilla, la hacienda de Albercones empezó a decaer. Perdió su esplendor y se convirtió en una total ruina. En cambio, el poblado de Doctor Arroyo entró en una época de prosperidad y creció, pues se encontraba protegido por la Virgen de la Concepción que había contribuido para su progreso.

Sonia Iglesias y Cabrera