Contenido:
- Anexión de     Texas
- Intervención de Estados     Unidos
- Retorno de Santa     Anna
- Anexión de Nuevo     México y California.
- Malestar de     México
- Cambio de táctica     norteamericana.
- Ocupación de la Ciudad de     México.
- Tratado de Guadalupe     Hidalgo
- Consecuencias de la     Guerra
- Bibliografía
Introducción
Entre las amargas experiencias que México tuvo que padecer durante sus años de formación, tal   vez la más dura fue la guerra con los Estados Unidos,   entre los años de 1846 y 1848. Su derrota militar fue   absoluta, padeció la primera ocupación de su    capital y   perdió aproximadamente la mitad de su territorio original.  Sin embrago, esta experiencia dejó algunos resultados positivos, pues contribuyó a que los mexicanos maduraran su sentimiento de nacionalidad. Las causas de esta guerra han   sido objeto de muchas especulaciones. Pero, sin duda, las   raíces del conflicto se   encuentran en el desarrollo diferente que tuvieron las sociedades mexicana y norteamericana, cuyas características hacia la mitad del siglo XIX hacían inevitable su encuentro y la derrota de la primera. Desde sus orígenes, el pueblo norteamericano se caracterizó por sus afanes expansionistas. La compra y la    conquista se habían establecido como principios perfectamente legales para la adquisición de tierra;   así, desde la fundación de las primeras colonias   hasta el rompimiento de las hostilidades con México, su   territorio se había extendido de una pequeña franja   en la costa del Atlántico hasta los     límites con Texas, Nuevo México y California.
Diversos elementos contribuyeron a crear este carácter;   en primer lugar, su  población estuvo integrada por las constantes oleadas de inmigrantes europeos – predominantemente anglosajones – deseosos de mejoramiento económico, y por consiguiente hambrientos de tierras. En   segundo lugar, la realización de su anhelo tuvo que vencer    problemas como   los presentaba la naturaleza misma,   las tribus indígenas y la existencia de otras colonias   europeas, todo lo cual afirmó más su deseo de   expansión. Para 1840 estos elementos habían   determinado la sorprendente movilidad de la sociedad norteamericana. Pero también para estas fechas el problema   entre el norte y el sur – que siempre existió en los   Estados Unidos – se había agudizado. Por lo tanto, la    política se había convertido en un juego de compromisos, y uno de ellos fue la guerra con México. En cada uno de los bandos había quienes se opusieron a la guerra, pero en fin de cuenta en todos existió el deseo de   expansión. El norte ansiaba un puerto en la costa del   Pacífico para comerciar con   Asia; el su   fortalecer su posición esclavista, y el oeste   quería más tierra.
Además de todo estos, otra característica   de los Estados Unidos en la década de 1840 fue un profundo   nacionalismo y   una gran fe en su sistema político. Estos elementos combinados propiciaron la   aparición de la teoría del Destino manifiesto. El origen de esta teoría se remota   al  pensamiento puritano del siglo XVII, pero se empezó a caracterizar con tal nombre en 1845, cuando John O´Sullivan acuñó este término. En el Destino manifiesto se han incluido una amplia gama de conceptos; pero en aquellos   años sé él interpretaba como la   designación providencial para extender al área de   la  libertad, o   bien como un derecho especial para poseer territorios de los cuales otros pueblos no sacaban provecho alguno. Todo esto, pensaban, era en última instancia en bien de la civilización y la humanidad. Estas ideas llegaron a la casi totalidad de los norteamericanos. Por su parte, México presentaba un panorama bastante diferente. Su sociedad era definitivamente tradicionalista y   estática.   Las prolongadas luchas, primero por la independencia y después por la   organización política, habían conducido   a la bancarrota, al pesimismo y a la inexistencia de un   sentimiento de  nacionalidad.
El territorio del norte estaba abandonado y todos los   intentos para colonizarlo habían fracasado rotundamente.   La escasez de población y la falta de dinamismo social   impedían la movilidad de los mexicanos, a pesar de que   eran conscientes de su riqueza potencial. Además, las relaciones diplomáticas entre México y los Estados unidos habían sufrido durante la primera década del siglo XIX un progresivo deterioro. Los principales problemas habían surgido en relación con la cuestión de límites y las constantes presiones del gobierno de los   Estados Unidos para obligar a México a vender parte de su   territorio. Hubo problemas también por la  actitud de los   diplomáticos, quienes, cuando no se involucraban en la   política interior, hacían arrogantes declaraciones   en contra de México.
Pero uno de los problemas más decisivos lo constituyó el de las declaraciones de ciudadanos norteamericanos por daños ocasionados en sus propiedades.  Este problema se resolvió parcialmente en 1842, cuando, después de varias convenciones, México se comprometió a pagar las indemnizaciones correspondientes. Pero dada su mala situación económica,   México no pudo cumplir con lo estipulado en tal   tratado.
Anexión de Texas
El rompimiento definitivo le vino a producir la   anexión de Texas. La idea de anexar ese territorio a la   Unión Americana era bastante antigua; sin embargo, hasta 1845 sólo se habían dado tímidos pasos en este sentido. Hacia 1844, la creciente influencia inglesa en la república de Texas a los Estados Unidos, en la cual tanto norteamericanos como texanos habían manifestado interés. Además, en este mismo año el candidato demócrata a la presidencia, James Knox Polk, basó su plataforma expansionista que favorecía a todas las secciones de los Estaco Unido; el cual, por supuesto, incluía la anexión de Texas y el territorio de Oregón. Después de fracasaren 1844, la anexión de Texas pudo lograrse mediante una trampa legal el 4 de marzo de 1845. El gobierno mexicano protestó de inmediato ante esta medida. México jamás había manifestado que la anexión de tal territorio a la Unión Americana sería considerada como un acto de hostilidad y una causa suficiente para la declaración  de guerra. Al decretarse ésta, el ministro, pidió pasaportes, y México rompió las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
La opinión   pública mexicana empezó a exigir la   declaración de guerra y  la organización de una campaña para   recuperar de inmediato a Texas. EL espíritu bélico   de los  intelectuales mexicanos se apoyaba principalmente en la   idea de que la guerra sería el único medio de   detener el expansionismo norteamericano. También se   consideraba que la guerra era el medio más efectivo para   despertar el sentimiento nacional, acabar con las luchas internas   y acelerar las reformas que la sociedad y las   instituciones necesitaban. Pero el gobierno de José Joaquín   Herrera no compartía estas opiniones. Por ello, siguiendo   el consejo de   Inglaterra, estuvo dispuesto a reconocer la independencia de Texas sé ésta se comprometía a rechazar la anexión a los Estados Unidos. Texas confirmó sé incorporación el 4 de julio de 1845. A pesar de ello, Herrera dio un paso más en pro de un arreglo pacífico aceptando recibir a un comisionado norteamericano con poderes para llevar. El gobierno de los Estados Unidos envió a John Slidell con el carácter de ministro plenipotenciario, lo que implicaba la reanudación de relaciones entre ambos países, que en momento tan delicado   no podía ser aceptada por el gobierno norteamericano   insistían en exigir a México reconociera el   río bravo como límite de Texas y presionar para que   vendiera el territorio de California Herrera se negó a   recibir a Slidell.
Mientras tanto se había gestado el movimiento de   Mariano Paredes Arrillaga, que Acusó de traición al   Presidente en el Plan de San Luis,   y prometió declarar la guerra sin tardanza. Con parte del   ejército que debió haber apoyado las líneas   mexicanas en el norte, Paredes avanzando hacia la ciudad de   México y tomó el    poder. El   nuevo presidente se percató de la debilidad del   país y adoptó una política más conciliadora, similar a la de su predecesor. Pero tampoco recibió a Slidell, con lo cual toda posibilidad de arreglo desapareció definitivamente.
Intervención de Estados   Unidos
La ocupación del noroeste de México se   inició en enero de 1846, cuando el general en jefe de las   fuerzas norteamericanas, Zachary Taylor,   comenzó el avance desde la bahía de Corpus Christi   hacia las riberas del río Bravo, después de recibir   órdenes escritas de Polk desde el 15 de junio de 1845. Dos   meses más tarde, Taylor se atrincheraba frente a la ciudad   de Matamoros, donde los mexicanos habían iniciado los   preparativos de defensa al mando del general Pedro Ampudia, que   fue sustituido poco tiempo después por el general Mariano Arista. Este último   había recibido órdenes de obligar a los   ejércitos norteamericanos a retirarse a las   márgenes del río de los Nueces.
Arista conminó a Taylor a retroceder, y ante su   negativa el general mexicano cruzó el río Bravo   para cortar la línea entre las fortificaciones en el Bravo   y el Frontón de la Isabel.
El 25 de abril una compañía de caballería mexicana sostuvo una escaramuza con las fuerzas norteamericanas al mando del capitán Thorton, resultando vencedores los mexicanos. En Washington, el presidente Polk, ya impaciente, había empezado a preparar una declaración de guerra tomando como bases las indemnizaciones que México no había pagado hasta este momento y la negativa del gobierno mexicano a recibir a Slidell. Pero al ser informado de la escaramuza antes mencionada,   la convirtió en el argumento principal de su mensaje   enviado al Congreso para pedir la declaración de   guerra.
En este mensaje afirmaba que «sangre norteamericana había sido derramada en territorio norteamericano». El Congreso, de inmediato y con una oposición mínima, aceptó la declaración de guerra el 13 de mayo de 1846. Para esta fecha las fuerzas mexicanas habían sufrido ya las dos primeras derrotas en el noroeste, en Palo Alto y La Resaca de Guerrero, los días 8 y 9 de mayo, respectivamente. El 18 de mayo, Taylor ocupaba la ciudad de Matamoros.
Retorno de Santa Anna
En el interior de la República mexicana se   preparaban nuevos cambios políticos. Paredes Arrillaga   había tenido desde el principio una fuerte   oposición. Álvarez se había sublevado en el   sur y Yáñez en Jalisco, pidiendo el   restablecimiento de la Constitución de 1824 y el retorno de Santa   Anna. Además, en la ciudad, las críticas a su   administración se habían agudizado a   causa de sus tendencias monarquistas y su dilatación en   declarar la guerra. Finalmente, el 6 de julio el Congreso   mexicano autorizó al gobierno a emplear los recursos del país «para repeler la agresión». A fines de este mismo mes, Paredes se puso al frente de las fuerzas que debían partir al norte. Pocos días después, el 4 de agosto, la guarnición de a Ciudad de México, al mando del general mariano Salas, desconoció el plan de Yáñez había   lanzado en Guadalajara – El 14 de septiembre, Santa Anna   entraba en la capital, y días más tarde se   restablecía la Constitución de 1824.
Al tiempo que estos acontecimientos tenían lugar   en la capital, el ejército mexicano sufría una   nueva derrota en el norte. El general Ampudia, quien había sustituido a Arista después de su retira de Matamoros, recibió órdenes de resistir en Monterrey. Las hostilidades en este punto se iniciaron el 21 de septiembre se vieron en la necesidad de rendirse. Los términos de la rendición establecieron la suspención de hostilidades durante ocho semanas. Al recibir Polk las noticias de dicha capitulación, decidió suspender como general en jefe a Taylor, y dio este nombramiento al general Winfield Scott. Esta medida fue dictada por consideraciones de   orden político, ya que con gloria de sus victorias en México Taylor se estaba convirtiendo en candidato a la presidencia. Taylor recibió órdenes de transferir parte de sus fuerzas a Scott, con lo cual su posición se debilitó, a pesar de que hacia febrero de 1847 las fuerzas del general Wool, que había atacado la parte oeste de Coahuila, sé le sumaron.
Por su parte, Santa Anna poco después de su   regreso al país salió rumbo al norte para organizar   un ejército, logrando el milagro gracias a su enorme   fuerza carismática. No tenía dinero ni   armas y sus   soldados no estaban adiestrados para la guerra. Santa Anna   estableció su cuartel general en San Luis Potosí.   En febrero de 1847 ambos ejércitos empezaron su avance   desde estos puntos y el día 22 se enfrentaron y liberaron   la batalla de la Angostura.
Las fuerzas mexicanas, aunque debilitadas por la   deserción, las enfermedades y las marchas forzadas, tomaron la ofensiva y estuvieron a punto de vencer; pero después de dos días de lucha, la falta de recursos obligó a Santa Anna a ordenar la retirada. El desierto y el hambre consumaron el desastre. Una gran cantidad de muertos quedaron a lo largo del camino. Al tiempo que se desarrollaba la ocupación del noroeste, los territorios de California y nuevo México eran declarados posesión de los Estados Unidos, con la única justificación   posible: el derecho de conquista.
Anexión de Nuevo México y   California.
El 5 de junio de 1846 los coroneles Stephen W. Kearny y Alexander Doniphan salieron del fuerte Leavenworth, en Missouri, con la comisión de ocupar Nuevo México. Hacia mediados de agosto las principales poblaciones, excepto Santa Fe, estaban en poder de los norteamericanos. Manuel Armijo, gobernador de Nuevo México, había recibido noticias  de la ocupación norteamericana desde el 17 de junio, y con la ayuda de los gobiernos de Chihuahua y Durango había iniciado los preparativos para la defensa. Sin embargo, cuando las tropas de Kearny se acercaban a Santa Fe, Armijo, sin causa aparente, decidió retirarse, dejando el campo libre al enemigo. El 18 de agosto los norteamericanos ocuparon Santa Fe, y Nuevo México fue declarado parte de los Estados Unidos. Kearny organizó un gobierno provisional; el mando político quedó en manos de Charles Bent y el militar en las del coronel Sterling Price. El 25 de septiembre, Kearny salió de Santa Fe rumbo a California. Al parecer   este territorio fue tomado sin dificultad alguna, pero a fines de   1846 Armijo y un     grupo de   mexicanos se rebelaron y pusieron en jaque, por un momento, a la   autoridad de   los Estados Unidos se impuso por la fuerza. El ejército al   mando de Doniphan quedó a cargo de la ocupación de   Chihuahua.
El general Heredia comandante general de este estado, y   Angel Trías, gobernador del mismo, había organizado   una fuerza militar para operar sobre Nuevo   México.
Una parte de esta fuerza salió al encuentro de   Doniphan y avanzó hasta El Paso del norte. Ambos   ejércitos se enfrentaron el 25 de diciembre en el sitio   llamado Temascalitos, donde las fuerzas mexicanas resultaron   vencidas, siendo ocupada la plaza antes citada. Desde este lugar,   Doniphan se aprestó para la ocupación de la Ciudad   de Chihuahua, mientras Heredia y Trías redoblaban los   esfuerzos para su defensa; pero todo resultó   inútil, pues los mexicanos fueron nuevamente vencido el 28   de febrero de 1847 en la batalla de Sacramento.
La anexión del territorio de California era un   antiguo proyecto, y desde   hacía dos décadas llegaban ya los colonos. Uno de   los acontecimientos que puso de manifiesto las intenciones   norteamericanas al respecto fue la ocupación del puerto de   Monterrey, en 1842, por el comodoro Thomas Jones, quienes a   través de la lectura de   un periódico atrasado creyeron que se había roto las hostilidades entre   su país y México.
El gobierno norteamericano presentó sus excusas y   así quedó el asunto. Pero en Octubre de 1845 el presidente Polk dio órdenes expresas al cónsul norteamericano en Monterrey, Thomas O. Larkin, de que habilitara a los medios necesarios para anexar pacíficamente California a los   Estados Unidos. Poco tiempo después – en enero de   1846 -, John C. Freemont, al mando de una expedición   «científica», pidió autorización para   establecerse en las cercanías de Monterrey, que no   sólo él fue denegado, sino que sé él   ordenó que saliera del territorio mexicano. Freemont se   dirigió entonces a Oregón, pero en el camino no   recibió de manos de Archibald Gillespie noticias del   gobierno de Washington. Dando marcha atrás se   dirigió a la población de Sonoma, donde   inició una revuelta con la colaboración de colonos   norteamericanos. Como resultado fue proclamada la   República del Oso, declarando su independencia de   California el 4 de julio de 1846.
Pocos días después arribaron las noticias de la ruptura de hostilidades entre México y los Estado Unidos. Con esto, Freemont se movilizó hacia Monterrey con el fin de apoyar las maniobras de la escuadra norteamericana. El 7 de julio el comodoro John Drake Sloat tomó posesión de Monterrey y declaró a California territorio norteamericano. Dos días más tarde el capitán John B. Montgomery ocupó la bahía de San Francisco. Aproximadamente un mes después, el comodoro Robert F. Stockton, que sustituyó a Sloat en el mando de la escuadra norteamericana, junto con Freemont, ocupó la población californiana de Los Angeles. La defensa mexicana había sido hasta este momento casi nula por la carencia de recursos y por la división que existía entre las autoridades de la provincia. Pero en el mes de septiembre de 1846 los habitantes de Los Angeles se rebelaron y recuperaron la plaza, y progresivamente fueron ganando terreno en el sur de California. Son embargo, la suerte de este movimiento cambió de signo con la llegada de las fuerzas de Kearny en diciembre del mismo año. Después de las victorias norteamericanas de San Pascual, San Gabriel y la recuperación de Los Angeles el 10 de enero de 1847, California quedó definitivamente en manos de los Estados Unidos.
Malestar de México
En el momento en que el norte de México era   ocupado por los norteamericanos, en la capital de la   República estallaba una nueva guerra civil, conocida como   el movimiento de los polkos. A fines de 1846, Antonio López de Santa Anna y Valentín Gómez Farías habían sido nombrados presidente y vicepresidente, respectivamente. Como Santa Anna partió al norte para rechazar la invasión, Gómez Farías quedó al frente del gobierno. Ciertas inquietudes se dejaron sentir entre los habitantes de la Ciudad   de México dada la fama de extremista de Gómez Farías, inquietudes que aumentaron cuando el vicepresidente empezó a dar pasos decisivos para la solución a la crisis económica. La situación era insostenible que   podía ayudar al gobierno en el financiamiento de la guerra era la Iglesia;   más aún, en su opinión ésta se   hallaba definitivamente comprometida en ello, puesto que la   nación la reconocía como oficial y única. El 11 de enero   de 1847 el Congreso, tras un intenso debate,   aprobó una ley que   autorizaba al Ejecutivo a obtener quince millones de pesos  mediante la hipoteca de algunas propiedades de la Iglesia. El 4 de febrero se libró otro decreto por el que se otorgaban al Ejecutivo facultades para reunir cinco millones de pesos mediante la venta directa de   algunas propiedades eclesiásticas.
Los dos decretos constituyeron un rotundo fracaso. Casi todos los encargados de dar curso a los decretos se excusaron de hacerlo; los posibles compradores o prestamistas temían las correspondientes excomuniones y se negaron a proporcionar dinero. Peor la cosas no quedaron ahí, pues muchos ayuntamientos y gobiernos estatales pidieron la derogación de tales medidas y como Gómez Farías insistiera en llevarlas a cabo a toda costa, algunos cuerpos de las guardias nacionales de la Ciudad de México se levantaron en armas pidiendo no sólo la derogación de los dos decretos, sino también la renuncia inmediata del vicepresidente. La lucha duró aproximadamente un mes y terminó con la entrada de Santa Anna en la capital.
Cambio   de táctica norteamericana. 
Simultáneamente a estos acontecimientos dio   comienzo la campaña de occidente. Los puertos mexicanos   habían sido bloqueados por la escuadra al mando de   comodoro Perry desde que la guerra había sido declarada   oficialmente. Pero no fue hasta fines de 1846 que se tomó   la ofensiva en este frente, atacándose los puertos de   Alvarado, San Juan Bautista, en Tabasco y Tampico. Tampico fue   ocupado el 15 de noviembre, después de que santa Anna   ordenara su evacuación.
El cambio en las tácticas norteamericanas se inició formalmente el 18 de noviembre de 1846, cuando el presidente Polk nombró general en jefe a Winfield Scott, dándoles órdenes de tomar Veracruz y avanzar sobre la Ciudad de México por la ruta de Cortés. Las razones de este cambio en el mando   y la  estrategia norteamericanos se debieron a varias circunstancias. Por una parte, Polk temía la creciente popularidad de Taylor, que lo convertía en un rival político en las próximas elecciones. Por otra, la guerra se prolongaba demasiado y los mexicanos, pese a sus constantes derrotas, parecía cada día menos dispuesto a negociar un   arreglo. En México la opinión predominante era que   se había de obtener al mes una victoria antes de entrar en pláticas con los Estados Unidos, ya que de otra manera tales pláticas sólo conducirían a la sanción de las injusticias demandas y pretensiones del gobierno de Washington.
El 9 de marzo de 1847 Scott llegó a las playas de Veracruz e inició de inmediato los trabajos para sitiar la plaza, mientras la población, con mínimos recursos, se aprestaba para la defensa. El día 22 quedó establecido el sitio, que se prolongó por una semana. El capítulo el puerto. Al recibir Santa Anna las noticias de la caída de Veracruz, se puso de nuevo al frente del ejército el 2 de abril. En la presidencia quedó el general Pedro María Anaya. Por su parte el general Scott inició su avance rumbo al interior el 8 del mismo mes. Santa Anna decidió interpretar a los norteamericanos en un   lugar cercano a Jalapa llamado Cerro Gordo, donde se libró una batalla el día 18. Debido a un error táctico, lo mexicanos fueron derrotados, pero más grave era que las fuerzas norteamericanas tenían ya el campo libre para ocupar Jalapa y el fuerte de San Carlos en Perote. Además, Scott ordenó al general Worth avanzar hasta puebla. Después de esta derrota, Santa Anna se dirigió a Orizaba, donde trató de reorganizar el ejército mexicano, y después partió hacia Puebla. Su reputación había recibido un fuerte golpe con el   resultado de la última batalla, y por esta razón   tanto las autoridades como la población de Puebla se   manifestaron poco dispuestas a colaborar en la     resistencia. Ante esta situación y luego de una escaramuza en Amozoc, Santa Anna decidió retirarse a la Ciudad de México, y Puebla fue ocupada el 15 de mayo. Entre mayo y agosto de 1847 las fuerzas norteamericanas no avanzaron más allá de Puebla a causa de tres problemas. El primero lo constituyó la falta del contingente necesario para continuar la ocupación; pues las guerrillas mexicanas que operaban entre Veracruz y Puebla obstaculizaban la concentración de las fuerzas en esta última ciudad. El segundo problema era la política norteamericana, ya que el congreso no parecía estar dispuesto a autorizar nuevas erogaciones y   el  reclutamiento de más hombres porque la guerra empezaba a ser popular en los Estados Unidos. El último problema derivó de la llegada de Nicholas Trist, comisionado norteamericano enviado para iniciar las conversaciones de paz. Trist, a pesar de haber establecido contacto con las autoridades mexicanas, no logró el éxito en su comisión porque los mexicanos no perdían las   esperanzas y seguían tan tercos como al principio de la   guerra.
En el momento en que arribaron las comunidades de Trist a la Ciudad de México se habían optado ya por la defensa. Para tal fin se concentraron todas las fuerzas disponibles del ejército regular y las guardias nacionales de la ciudad y de los lugares circunvecinos. Además se formó un cuerpo especial que reclutaba a los desertores norteamericanos de origen irlandés, y al que se denominó batallón de San Patricio. Asimismo se fortificaron las entradas principales de la ciudad, especialmente El Peñón, por donde se esperaba el principal ataque enemigo. El 7 de agosto Scott ordenó el avance hacia la Ciudad de México; una semana más tarde llegaba a sus inmediaciones. Después de reconocer el terreno, el general norteamericano decidió concentrar el ataque en la parte sur de la ciudad, lo que desorientó a los mexicanos, pues lo esperaban por el oriente. Santa Anna ordenó al general Gabriel Valencia, que se encontraba en la Villa de Guadalupe, que movilizara sus fuerzas hacia San Angel. Pero Valencia desobedeció las órdenes y se situó en Padierna (Contreras), donde fue atacado y derrotado el día 19. Al día siguiente los norteamericanos   abrieron fuego sobre la garita de    San Antonio Abad y   simultáneamente avanzaron hasta el convento de Churubusco,   donde lograron una victoria más.
A Raíz de estas dos últimas derrotas, las autoridades mexicanas convinieron en aceptar el armisticio ofrecido por Scott y en entablar negociaciones con el comisionado norteamericano. Estas se iniciaron el 27 de agosto y duraron hasta el 6 de septiembre, pero no se llegó a ningún resultado. Trist traía instrucciones de exigir el reconocimiento del río Bravo como límite de Texas, la venta de Nuevo México y ambas Californias y el derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec. A cambio, los Estados unidos pegarían las reclamaciones que algunos ciudadanos norteamericanos hacían al gobierno mexicano, no exigirían indemnización por gastos de guerra   y pagarían a México treinta millones de pesos. Por   su parte, los comisionados mexicanos recibieron la   recomendación de ceder lo menos posible y trata como si   México no hubiera sido derrotado.
Ocupación de la Ciudad de   México.
El 6 de septiembre, después de intercambiar notas  de acusación mutua de haber violado las bases del armisticio, los dos contendientes anunciaron la reanudación de las hostilidades. Dos días más tarde tenía lugar la batalla de Molino del Rey, en la que salieron victoriosos nuevamente los norteamericanos. De ahí se dirigieron a Chapultepec y las garitas de San Cosme y Belén, frentes que atacaron el 13 de septiembre. Este mismo día, por la noche, Santa Anna ordenó la retirada del ejército y la salida de los poderes rumbo a Querétaro. Al mismo tiempo, los miembros del ayuntamiento presentaban la capitulación de la ciudad al jefe del ejército enemigo. La ocupación se llevó a cabo al día siguiente, con una resistencia desesperada por parte de sus habitantes, que no se resignaban a verla ocupada. La lucha duró algunos días y obligó al general Scott a declarar la ciudad en estado de sitio. El 15 de septiembre por la noche ondeaba en el palacio Nacional la bandera de las barras y las estrellas. Después de su salida de la ciudad de México, Santa Anna renunció a las presidencias siendo sustituto por Manuel de la Peña, quien alternó el cargo con Pedro María Anaya que el tratado de paz fue ratificado. Santa Anna mantuvo por algún tiempo el mando del ejército dividido en dos secciones. Una quedó al mando del general Herrera y partió rumbo a Querétaro; la otra, bajo sus órdenes, trató de hostilizar las fuerzas norteamericanas de la capital y de Puebla, misión en   la que experimentó un fracaso completo. Desanimado, Santa   Anna se vio forzado a renunciar al mando del ejército y   abandonó el país. A pesar de que México   estaba definitivamente derrotado y no tenía ni   ejército ni recursos, muchos mexicanos insistían en   continuar la guerra. Mientras tanto, el ejército   norteamericano ocupó casi sin resistencia salvo la   presentada por las guerrillas, algunas poblaciones importantes.   Además, por aquellos meses cobró ímpetu en   los Estados Unidos la idea de anexar todo el territorio mexicano,   e incluso algunos liberales mexicanos aplaudían tal   posibilidad. Asimismo la población parecía irse   acostumbrando a convivir con los invasores. Obrando en   consecuencia, el gobierno establecido en la ciudad de   Querétaro decidió, en enero 1848, aceptar la   propuesta de reanudar las conversaciones formulada por el   comisario norteamericano en octubre del año   anterior.
Tratado de Guadalupe Hidalgo
Sin embargo, por aquellos días Nicholas Trist   había desautorizado por su gobierno y se la había   ordenado regresar a Washington, pues habiendo obtenido tan   sonadas victorias, el presidente Polk deseaba aumentar las   exigencias norteamericanas. No obstante, De la Peña   comprometió a Trist a que cumpliera la propuesta   empeñada, y éste, viendo el ánimo favorable   a la paz, decidió permanecer y entablar las negociaciones.   Estas se llevaron a cabo durante el mes de enero, y culminaron el   2 de febrero con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. EN él se   reconocía el río Bravo como límite   meridional de Texas; México cedía a los Estados   Unidos los territorios de Nuevo México y Alta California,   y el gobierno de los Estado Unidos se comprometía a pagar   las reclamaciones de sus ciudadanos contra el gobierno mexicano,   ano exigir ninguna compensación por los gastos de guerra y   a pagar quince millones de pesos por los territorios   cedidos.
Polk recibió el tratado con disgusto, pero a   causa de las elecciones decidió presentarlo enseguida al   senado para su aprobación pese a que Trist había   actuado sin legítima autoridad. El Senado de los Estados   Unidos lo aprobó el 10 de marzo y el Congreso Mexicano el   24 de mayo. Cuatro días más tarde se llevó   en Querétaro el canje de ratificaciones, y de inmediato se   inició la evacuación del territorio mexicano. El 15   de junio los poderes federales volvían a la Ciudad de   México, con lo que se daba fin a la más desastrosa   guerra que México haya tenido en su historia.
Consecuencias de la Guerra
Las causas de la derrota mexicana fueron diversas. En realidad, México contaba con un ejército ficticio: existía un cuadro de oficiales, pero se carecía de la tropa que aquellos habían de mandar. Para colmo, los oficiales se dejaron envolver por los partidarios políticos y permanecían en constante rivalidad. Además, el armamento era inadecuado y los recursos mínimos. Por otra parte, la población carecía de un verdadero sentimiento de nacionalidad y el pesimismo había minado los estratos sociales más consientes. Dadas estas condiciones, la guerra resultó en cierto modo benéfico a pesar de sus evidentes resultados negativos. Dejó la semilla de un nacionalismo más extendida, ayudó a la maduración de la política mexicana, que vio aparecer partidos   políticos durante las décadas siguientes   librarían la batalla final para dirimir el futuro   político de la    nación. La guerra dejó, pues,   a México en una encrucijada, pero el país,   después de la toma de conciencia,   había de defender su soberanía con mayor seguridad.
Por su parte, los Estados Unidos salieron de la guerra   convertida en una potencia continental. Su futuro progreso material fue en gran medida un   resultado de ella, pero al consolidar sus afanes expansionistas   se aceleró la lucha que desde años atrás se   veía perfilado entre el norte y el sur. Así, a   pesar de ser los victoriosos, se encontraron profundamente   divididos y fueron víctimas de una guerra muy sangrienta.   Vista con la perspectiva, se puede afirmar, contra la tradicional   creencia mexicana, que la guerra fue esencial para el desarrollo   de los países y que, a pesar del trauma de la derrota y de   la pérdida de territorio, no dejó de haber   resultados positivos para los mexicanos. Una nueva   generación más consciente había vivido el   desastre y se empeñaría en lograr una nueva   actitud.
Bibliografía:
Enciclopedia «Historia de México», Primera    edición, México D.F 1978, Editorial: Salvat   Mexicana de editores, Tomo VIII, P.p. 1865 –   1890.
 
  
Iván Escalona M.
van_escalona[arroba]hotmail.com
resnick_halliday[arroba]yahoo.com.mx