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La Fuente de los Muñecos

En el Barrio de Xonaca del estado de Puebla está ubicada la famosa Fuente de los Muñecos, cuyo nombre se debe a una trágica historia que ha dado pie a una leyenda. La fuente se sitúa exactamente entre las calles 22 Oriente y 18 Norte de la ciudad. En la fuente hay dos personajes, una niña que lleva un vestido muy bonito amarillo y un niño con impecable overol que sostiene en una mano un paraguas abierto.

Cuenta la leyenda que cerca de la fuente, había una finca propiedad del gobernador de Puebla Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de México Manuel. En la propiedad se dicho gobernador trabajaba un hombre padre de dos niños pequeños. La niña contaba con seis años y el niño con siete. El padre quería mucho a sus vástagos, y éstos eran muy felices y se pasaban el tiempo jugando, cantando y riéndose a más no poder.

Por supuesto que los niños acudían a la escuela regularmente, y muy arregladitos, pues su madre ponía especial esmero en que fuesen muy limpios y con bonitos trajes; se veían tan bien que los llamaban los muñecos.Los hermanos desaparecidos

Un cierto día en que estaba lloviendo muy fuerte, los pequeños se encaminaron hacia su escuela. El niño había tomado un paraguas para cubrirse del chubasco y, sobre todo, para evitar que su hermana se mojase, pues la quería mucho y siempre trataba de protegerla.

El tiempo pasó y los niños nunca regresaron de la escuela. Vecinos, autoridades y los padres los buscaron por todos lados sin ningún éxito, nadie los había visto ni sabía su paradero. El padre de los dos niños y su madre estaban muertos de la aflicción y locos de angustia. Después de días y semanas de una búsqueda infructuosa, todas las personas estaban convencidas de que los infantes se habían caído y ahogado en un pozo de agua que se encontraba en los terrenos de la finca y que tenía que pasar para acudir a su escuela.

El gobernador Maximino Ávila Camacho había hecho todo lo posible para que los niños fuesen encontrados, y se sentía muy afectado por la desaparición de los hermanos que conocía desde pequeños y eran hijos de uno de sus trabajadores. Este sentimiento de compasión le llevó ordenar que en el pozo de agua se construyera una fuente con las esculturas de los dos niños extraviados.

Y así se hizo, los hermanitos aparecían en la fuente caminando juntos y amparándose de la lluvia con el paraguas que el niño había tomado de su casa. La fuente estaba ornamentada con azulejos de talavera y era muy bonita. Desgraciadamente, hoy en día se encuentra muy deteriorada.

La leyenda nos dice que desde el día en que fue terminada la Fuente de los Muñecos, por las noches los pequeños dejan sus pedestales y se van a jugar a las calles aledañas en donde se pueden escuchar sus cantos y sus risas de niños felices. Poco antes de que vaya a salir el sol, los niños regresan a sus lugares en la fuente con las rodillas raspadas y los trajecitos rotos de tanto jugar. Este hecho se repite cada noche.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Estado de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror

El tesoro y el Diablo

Cuenta una leyenda del Estado de México que, en el año de 1880, en Valle de Bravo, cerca de una barranca, una banda de ladrones iba huyendo de la justicia. Las mulas que llevaba la pandilla iban completamente cargadas de lingotes de oro, plata y numerosas y valiosas joyas que habían robado a las personas que habitaban cerca de la mina de Temascaltepec.

Los soldados que los perseguían estaba a punto de atraparlos, por lo cual los bandidos se encontraban tan desesperados que decidieron esconder el rico tesoro robado en una cueva que se encontraba en la barranca por la que transitaban. Ya guardado el botín en dicha cueva, procedieron a ocultarla tapándola con mucha tierra, de tal manera que los soldados no pudiesen verla. Pasado un cierto tiempo pensaban regresar a buscar tanta riqueza que su trabajo les había costado robar.

Montaron en las mulas y se dispusieron a huir, ya tranquilizados porque se habían deshecho del tesoro. Cuando ya se creían a salvo, un pelotón de soldados les dio alcance y mataron a todos los ladrones en la escaramuza que tuvo lugar. Al ver que los facinerosos no llevaban nada de lo robado, los soldados buscaron por todos lados sin ningún éxito. Y no solamente ellos, sino que muchas personas se pusieron a la búsqueda de tan preciado y valioso tesoro, que por supuesto nunca encontraron. Pasaron muchos años y del tesoro, nada.El ambicionado tesoro

En cierta ocasión, tres hombres conocidos con los nombres de Rafael Flores, Juan Hernández y Antonio Sánchez, decidieron ir en busca del tesoro, pues estaban seguros que estaría escondido en la barranca y que solamente era cuestión de buscarlo con ahínco. Acompañados de un tal Primo Castillo, quien conocía muy bien la zona, hicieron los preparativos y planearon el lugar donde iban a escarbar. Cuando estaban trabajando de pronto escucharon unos quejidos horrendos que salían de la tierra; al escucharlos echaron a correr despavoridos, pues pensaron que el tesoro lo tenía el Diablo en su poder. Pero como la sed de riqueza era muy grande, poco después se armaron de valor y regresaron.  Antonio, que era muy religioso, se colgó al cuello un rosario bendito. Cuando estaban trabajando, un extraño hombre se acercó a él, le robó el rosario y echó a correr. En otra ocasión, vieron en el tepeguaje un mono negro con sombrero  que reía como poseído. Antonio se puso a rezar y el mono desapareció inmediatamente. Después de todas esas apariciones del demonio, los ambiciosos amigos decidieron no volver a la barranca y olvidarse del famoso tesoro que sigue si ser encontrado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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«¡Tengo hambre!»

Cuenta una leyenda yucateca que en el siglo XIX ocurrió un terrible hecho en una ciudad localizada en el Municipio de Maní y cabecera del mismo. En este lugar había una hacienda donde vivía y trabajaba un capataz con su esposa y sus dos hijos: Ricardo y Armando, de diez y once años, respectivamente.

A los jovencitos su madre les tenía prohibido que por la noche fuesen a jugar al monte, ya que era de todos conocido que ahí espantaban. Una noche que los hermanos jugaban en el patio de la hacienda sin darse cuenta de pronto se encontraron en el bosque, y decidieron regresar cuanto antes a su casa, con el fin de no enojar a su madre. De retorno a su casa se encontraron en el camino con un antiguo pozo que les llamó la atención, pues nunca le habían visto.

Al verlo, decidieron meter el cubo al interior para ver qué encontraban. Cuando lo sacaron se dieron cuenta que no contenía nada y tan solo vieron que en el fondo estaban escritas dos palabras: – ¡Tengo hambre! Creyendo que era algún vagabundo que se había introducido al pozo para guarecerse del frío, corrieron a su casa por un pedazo de pollo cocido para llevárselo.El pozo maldito

Al día siguiente, picados por la curiosidad, decidieron regresar al pozo. Metieron el cubo y se encontraron que en el fondo había una moneda de oro. Al regresar a su casa, su padre les preguntó la procedencia de dicha moneda y ellos le contaron lo acontecido. Al escuchar, picado por la curiosidad y la ambición, el hombre decidió ir al pozo al día siguiente e introducirse en él, esperanzado de encontrar un buen tesoro.

Dicho y hecho, el capataz se introdujo en el pozo. Al poco tiempo sus hijos escucharon gritos desgarradores. Asustados, Ricardo y Armando acudieron a su casa y avisaron a su madre, quien ya se había percatado de que su esposo no había pasado la noche en casa. Al saber lo ocurrido, la mujer acudió al pozo, pues sabía que se trataba de un lugar maldito. Al borde del pozo la mujer vio el sombrero de su marido.

Rápidamente sacaron el cubo y vieron que en su interior había muchas monedas de oro, partes de la ropa del capataz hecha jirones, huesos y algunos pedacitos de carne humana. Hasta el mero fondo del cubo se podían leer las siguientes palabras: – ¡Gracias por la comida!

Este fue el terrible final de un hombre que creyó haber encontrado la fortuna de manera fácil, sin darse cuenta que estaba tratando con el Diablo.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Mujer Sirena

Cuenta una leyenda que en Rancho Nuevo, poblado huasteco que se encuentra en Tamiahua, Veracruz, vivía Irene Saavedra junto con sus padres doña Demasía González y don Abundio Saavedra. La joven era muy hermosa; su pelo era largo y muy oscuro, los ojos los tenía del color del ámbar y levantados hacia las sienes, su piel oscura color cobrizo brillaba como el oro. Los tres formaban una familia sumamente feliz.

Irene y su madre eran devotas, muy creyentes de la religión católica, cuyos preceptos y rituales cumplían a carta cabal. Festejaban las fiestas católicas, iban diariamente a misa como buenas católicas y trataban de ayudar al prójimo.

Un Jueves Santo, Irene decidió ir a traer leña a un lugar que se llamaba Paso de Piedra, y a pesar de se trataba de un día de la Semana Santa en el que se tenía prohibido ir a juntar leña, la chica se alistó y partió en su búsqueda. Posiblemente se le había olvidado el hecho de que no debía hacer dicho trabajo, pues se trataba de un día de vigilia y de guardar.Irene, la mujer sirena

Una vez que Irene terminó de acarrear la leña que necesitaba, regresó a su casa muy satisfecha porque había logrado acarrear mucha. Cuando llegó a la casa le comentó a su madre que tendría que bañarse porque estaba muy sucia y se sentía incómoda. Su madre puso el grito en el cielo y le dijo que no lo hiciera por ningún motivo, pues en esos días santos no se permitía agarrar agua ni tampoco bañarse, porque sería una blasfemia y se condenaría. Irene le replicó a su madre que con el perdón de Dios al menos iba a lavarse la cara, aunque no a tomar un baño. Tomó dos hojas de jaboncillo de la cocina y se dirigió al pozo para asearse.

Un rato después la madre de Irene escuchó unos gritos desesperados que venían del pozo, corrió inmediatamente hacia el lugar donde se encontraba su hija y oyó su voz que decía: – ¡Madre, madre, por favor ayúdame! Poco a poco los angustiados gritos se convirtieron un lamento.

Ante los azorados ojos de la mujer, una enorme ola salió del pozo e Irene empezó a transformarse en otro ser: su boca era como la de un pez, sus ojos, su pelo y su piel se tornaron rojos, de la cintura para abajo se transformó en un pez lleno de escamas. Cuando la transformación terminó, la gran ola la arrastró por el río hasta el mar. Al darse cuenta los pescadores del pueblo de lo que pasaba, tomaron sus lanchas y persiguieron a Irene para rescatarla. Al momento de irla a salvar, se apareció un barco muy viejo, al cual Irene saltó muy contenta y sonriendo, al tiempo que entonaba una canción que decía: Peten ak, peten ak, “giren, giren” En ese momento muchos animales marinos se reunieron alrededor del barco, el cual momentos después desapareció dejando a los hombres boquiabiertos.

A partir de ese hecho, todos los jueves santos, la madre de la muchacha acude a la playa con la esperanza de volver a ver a su hija. Por su parte, los pescadores aseguran que cuando escuchan el canto de Irene deben alejarse, ya que aquel que llegue a verla sufrirá muchas desgracias en la vida y hasta podría morir. Se les presenta la mujer-sirena como una bella mujer de pelo rubio, dulce voz y grandes senos, cuando el desdichado que la ve quiera acercarse a ella para tocarla, Irene se convierte en un ser horripilante que hace que el mar se agite mucho y le voltea la lancha para matarlo ahogado.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Jalisco Leyendas Cortas Leyendas de Terror

La Mala Hija

Lagos de Moreno, ciudad sita en el estado de Jalisco, en la época revolucionaria recibió a muchas familias adineradas provenientes de otros estados, que deseaban huir de los revolucionarios por miedo a perder todas sus pertenecías y a morir en manos de los bandoleros, como los llamaban. En Lagos de Moreno las tales familias se encontraban seguras entre gente de su misma clase social y de sus mismos intereses.

Entre dichas familias se encontraba el matrimonio formado por Rubén Peón Valdez y su amada esposa doña Blanca. Al poco tiempo de asentarse en Lagos de Moreno, tuvieron una niña muy bonita, a la que pusieron por nombre Blanca Rosa. Dos años más tarde, la familia aumentó con el nacimiento de un varón, al que nombraron Francisco. Ambos niños eran amados por igual. Sin embargo, la predilecta de don Rubén era la pequeña Blanca Rosa, a la que idolatraba. El matrimonio Peón Valdez tenía fama de tener la casa más bella de la ciudad y de recibir en ella a lo más granado de la sociedad. Como eran muy buenos anfitriones, todo el mundo deseaba ser invitado a sus fiestas y tertulias.

Al crecer, Blanca Rosa era aún más bonita que de niña, su blanco cutis, sus ojos azules y su largo cabello dorado llamaban la atención de todos. Ni qué decir tiene que la jovencita tenía la mar de pretendientes, quienes estaban locos por casarse con tan bella damita. Sin embargo, Blanquita no le hacía caso a ninguno y se mostraba indiferente ante tanto galanteo. Era tanta su indiferencia que sus padres llegaron a pensar que tenía vocación de monja.Blanca Rosa, la mala hija

Pasaron unos años y todo seguía igual con la muchacha. Ni se casba ni se metía a monja. Una cierta noche, Blanca Rosa se despidió de sus padres como acostumbraba y se recogió en su recámara. Al día siguiente, su madre fue a buscarla para que acudiesen a misa de seis. Tocó, abrió la puerta, y… ¡Oh, sorpresa la joven no se encontraba en el cuarto! La cama estaba tendida y una de sus ventanas se encontraba abierta y de ella pendía una cuerda.

Doña Blanca salió inmediatamente y alertó a la servidumbre para que la buscasen por toda la casa. Todo fue en vano, la chica no se encontraba en ella. Se buscó desde la azotea al sótano, pero Blanca Rosa no apareció. En la ciudad de Lagos pronto se propagó la noticia de la desaparición de tan bella niña, y el pueblo hasta un corrido le dedicó su extraña desaparición.

Nadie sabía nada de su desaparición. Se rumoraba que se había fugado con Chicho, el caballerango, que era muy guapo; o con Narciso Romo, que tan bonitos ojos tenía. Pero buscaron en donde vivían los dos muchachos, y no encontraron a la niña desaparecida.

Unos años después, doña Blanca, la madre murió de tristeza y sin saber el paradero de la pequeña. El escándalo que había causado la desaparición se fue acallando. Cuando murió don Rubén Peón, muchas personas vieron a una mujer con un largo velo blanco que con un bulto en sus brazos recorría las calles de la ciudad sin pisar el suelo. Al llegar al río gritaba: – ¿Dónde los encontraré? Y tiraba el bulto al agua. Los rumores empezaron a correr de nuevo, se dijo que Blanca Rosa se había fugado con Chicho del cual había tenido cuatro hijos. Se afirmaba que en cierta ocasión Chicho la había sorprendido teniendo relaciones con otro hombre y que, loco de celos, había matado a sus criaturas y a ella. Y que ahora el espíritu de Blanca, arrepentido de haberse portado tan mal con sus padres y su amasio, recorría la ciudad para pagar sus pecados.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Los títeres se divierten

José Oviedo vivía en Celaya, Guanajuato. Era un hombre muy simpático, contaba con muchos amigos quienes le pusieron el mote de Capitán. Hubiera sido actor, a no ser porque en aquellos remotos tiempos del siglo XIX, la profesión no estaba muy bien vista: por los tanto, optó por ser titiritero y así satisfacer sus ansias artísticas que le habían acompañado desde muy joven.

En su casa ubicada en la Calle de Hidalgo montó su teatro de títeres y daba funciones los sábados y domingos. Escogió las obras que iba a representar, las estudio, y encargó a un artesano de la ciudad de Guanajuato que le hiciese los muñecos necesarios. De vestir a los títeres se encargó una señora, ya vieja, quien empleó lo mejor en su manufactura. Los títeres eran preciosos.

Ya con todo lo necesario preparado, sus amigos se encargaron de anunciar por toda la ciudad el espectáculo que se llevaría a cabo. El día de la inauguración fue todo un éxito, las obras gustaron mucho y los títeres fascinaron a todos los asistentes. Al poco tiempo, Oviedo decidió alquilar un local, pues su casa era demasiado pequeña para el público que se presentaba a admirar sus representaciones.Los títeres de José Oviedo

Una cierta noche en que el titiritero se encontraba descansando y leyendo una obra de teatro, se dio cuenta que el soporte donde colgaban los muñecos se movía y se oía como entrechocaban sus cuerpos de madera. Se incorporó de la cama, y el movimiento y los ruidos de los títeres continuaron. Desconcertado, Oviedo no se movió y se percató que los muñecos se estaban moviendo solos en la tarima que servía de foro. El titiritero pasó una mala noche, pues estaba muerto de miedo. Al día siguiente, se dio cuenta de que los muñecos estaban movidos y en desorden y los que tenía en una caja se encontraban fuera de ella. ¡Todos habían estado bailando!

José se dirigió inmediatamente a ver a un cura para contarle lo sucedido, pues se encontraba muy asustado e impresionado. El sacerdote le escuchó y le tranquilizó argumentando que todo había sido producto de su cansancio e imaginación. El titiritero se fue y continuó con sus funciones. Pero en una ocasión, cuando se encontraba dando una función, uno de sus muñecos que era un juez, volteó a verlo y le clavó la mirada como si le quisiera decir algo. Aterrado, José dejó de dar funciones, y dijo a sus fanáticos que se ausentaba para conseguir más obras y más títeres.

Pero José dejó su oficio para siempre. En una ocasión en que se encontraba muy triste y preocupado porque había perdido su casa en un juicio, se acordó del títere que le mirara tan penetrantemente y comprendió que el muñeco le estaba avisando lo que pasaría.

Tiempo después, los habitantes de Celaya afirmaban que en la casa del antiguo titiritero don José Oviedo, se escuchaban las danzas que ejecutaban los títeres y el sonido que producían sus pies de madera. Se oían aplausos, vítores y todo cuanto ocurre en una función de títeres. Todos decían que en esa casa de la Calle de Hidalgo, espantaban y ya nadie quería pasar por la que empezaron a llamar La Casa de los Títeres, pues el susto que se llevaba quien escuchaba el alboroto de los muñecos era tremendo y hasta se podía enfermar gravemente.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Guanajuato Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Florentino el parrandero

Florentino Montenegro vivía en Guanajuato y se dedicaba a buscar yacimientos de plata y oro. Le iba muy bien en su trabajo y era apreciado por las personas que le rodeaban dada su simpatía innata. Como era parrandero le gustaba acudir a una taberna de no muy buena reputación para emborracharse con sus amigos y gastar el dinero que obtenía en su trabajo de minero.

Una cierta noche, Florentino salió de la cantina muy borracho y se dirigió a su casa por el Callejón de los Perros. De pronto, escuchó una voz que le llamaba por su nombre, se volvió a ver de donde procedía y vio a una mujer parada junto a una puerta. La mujer le invitaba insistentemente a pasar a su casa, alegando que hacía mucho frío y que quería proporcionarle algo de calor. Florentino se acercó a la mujer y se la quedó viendo. Se trataba de una mujer muy guapa, rubia y vestida de blanco. El minero, al verla, aceptó de inmediato la invitación. El cuarto era pobre, había una mesa con botellas de vino, una cama y un anafre en el cual estaba una cafetera. Las paredes estaban adornadas con calaveras. La mujer le ofreció una copa de vino que Florentino aceptó gustoso. La bella mujer le dijo al borrachales que le iba a llevar a un lugar donde se divertiría mucho; lo tomó del brazo y le llevó hacia una puerta que conducía a un subterráneo. Conforme bajaban todo se oscureció y Florentino se empezó a asustar, aun cuando siguió adelante para no quedar mal con aquella muchacha que harto le gustaba. Siguieron bajando y el lugar era cada vez más frío y se sentía un fuerte olor a azufre. Los escalones nunca terminaban. Florentino pudo darse cuenta que el lugar era como una especie de mina con socavones y con entes que gemían horriblemente. Florentino estaba aterrado y muy cansado de tanto bajar; quería regresar, pero su machismo se lo impedía. Por fin llegaron a una gran sala en donde unos seres endemoniados se peleaban y se pegaban. El pobre minero no sabía qué hacer, pues al mismo tiempo que veía esos horrores, la bella mujer le miraba con amor y no soltaba su mano. De repente, la mujer le soltó y se fue convirtiendo en calavera, la carne se le cayó y solamente quedó su esqueleto.Callejones de Guanajuato

La lava escurría por las paredes y Florentino se trataba de librar de ella como podía, cuando vio a un enorme diablo que llevaba cargando el esqueleto de lo que creyó una guapa joven. Ambos, demonio y esqueleto, miraban a Florentino y le insultaban. Tratando de escapar, el minero dio con las escaleras y empezó a subirlas rápidamente, hasta que llegó al cuarto desvencijado a donde la mujer le había invitado a entrar. Saliendo de aquel antro precipitadamente, el minero corrió hacia su casa.

Como su estado era lamentable, pues Florentino parecía un idiota que no podía hablar y sólo miraba al espacio, su esposa fue a buscar a un curandero. El hombre estaba hechizado y había que hacerle una limpia. Pero no conforme con ello, la mujer acudió a ver al sacerdote de la iglesia, quien acudió a la casa de la esposa y obligó a Florentino a relatarle lo que la había sucedido.

Al oír el relato, el cura le dijo a Florentino que le llevara a la casa de la bella mujer. Al llegar a la casa el sacerdote se acordó que en aquella casa había vivido una mujer hacía ya treinta años, y que él la había ayudado a bien morir. Entraron ambos al cuartucho, donde seguía la mesa con las botellas de vino y el anafre. La puerta que conducía al subterráneo se encontraba donde Florentino la recordaba, pero los escalones daban a una salida a otro callejón. Entonces, el cura le dijo al gambusino que lo que le había pasado era una experiencia demoníaca por llegar una vida tan desordenada y por gastar su dinero en parrandas y en mujeres de la vida fácil.

Arrepentido Florentino de sus malos hábitos, juró ante la Virgen que dejaría las malas costumbre para siempre. Y lo cumplió, transformándose en un hombre serio y responsable, que ahorro mucho dinero y se volvió muy rico.

Por su parte el sacerdote exorcizó la casa de la bella mujer, para que nunca más se le apareciera a ningún borrachín parrandero. Sin embargo, por las noches se aparece una mujer bella vestida de blanco por el famoso Callejón del Diablo, que gime y se lamenta e invita a los trasnochados a entrar en su humilde casa.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Durango Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Joaquín y el alma

Joaquín era un muchacho que vivía solo en un pequeño apartamiento en la Ciudad de Durango. Las paredes de su hogar estaban pintadas de un feo color amarillo que no le gustaba para nada, por lo cual decidió cambiarlas por colores más a su gusto. Acudió a unos pintores de brocha gorda del barrio para que se encargasen de la tarea, pero como le cobraban un dineral, decidió hacerlo por su cuenta. Compró todo lo necesario en la tienda de pinturas y se puso manos a la obra el fin de semana.

Pasados tres horas, Joaquín había terminado de pintar la sala y el comedor, y como el trabajo le había cansado bastante, decidió que bien se merecía un descanso, y así poder comer una torta que contribuyera a reponerle sus fuerzas. Así pues, se dirigió a la cocina, se hizo una buena torta de pollo, se preparó un agua de Jamaica y se dirigió al comedor para disfrutar de su tentempié.

Después de comer, Joaquín empezó a sentir mucho sueño y decidió echarse en la cama a dormitar un poco; al fin y al cabo, nada ni nadie le apuraba en su trabajo de pintor en ciernes. Su gatita gris, Matilde, se acostó a su lado para acompañarle, En seguida se quedó dormido. No había pasado mucho tiempo cuando escuchó que de la sala provenían muchos ruidos, y Joaquín pensó que era la gata quien causaba tanto escándalo; salió de la recámara dispuesto a reprender a la gatita, pero vio que ésta maullaba con el lomo curvado y el pelaje erizado, a la vez que espantada volteaba para todos lados.El alma de don Bartolomé

De repente, el muchacho se fijó que una figura fantasmal se materializaba en medio de la sala, era como un ser luminoso que se dirigía hacia donde él se encontraba. Horrorizado, Joaquín intentó echarse a correr, pero sus piernas no le respondieron, estaban débiles y como clavadas en el suelo. Por fin después de un tiempo que le pareció tremendamente largo, la aparición desapareció.

Sin embargo, al otro día, sábado, volvió a suceder lo mismo. Joaquín estaba medio desquiciado del susto, vivía aterrado y escondido entra las cobijas de su cama. El día domingo, cuando apareció el fantasma, Joaquín pudo verle la cara y se dio cuenta que era don Bartolomé, el vecino que vivía en el siguiente apartamento, frente al suyo. El joven se dirigió hacia el mismo y se percató que la puerta estaba completamente abierta. Fue entonces cuando decidió entra a la casa de don Bartolomé a ver qué sucedía.

En la recámara se dio cuenta de que unos pies asomaban por debajo de la cama y al agacharse vio que pertenecían a su vecino. Al verlo ahí tirado sus primeros pensamientos fueron pensar que el pobre hombre estaba muerto, pues ya no era muy oven. Pero ya observándolo con más detenimiento notó que aún respiraba. En seguida tomó su celular y llamó a una ambulancia para que trasladaran a su vecino a la Cruz Roja de la ciudad.

Cuando los paramédicos se lo llevaron Joaquín empezó a atar cabos y llegó a la conclusión de que ¡el alma de don Bartolomé se había desprendido de su cuerpo para ir a pedirle auxilio al muchacho que vivía enfrente se de casa! Desde entonces, Joaquín nunca dudó de la existencia del alma.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror

El Reloj de Oro

En la antigua y hermosa Calle de Plateros de la Ciudad de México, vivía una pareja que se amaba mucho. Él se llamaba Felipe Lorenzana, apuesto joven que tenía como oficio la relojería, razón por la cual llevaba el apodo de El Relojero.  Felipe pecaba de responsable y cuidadoso en su trabajo, lo cual le había proporcionado una buena clientela, que acudía a él cuando lo necesitaba. En su labor le ayudaba su esposa, Diana, también responsable y bien hecha como su marido aparte de ser muy bella.

En cierta ocasión, un comerciante al que se conocía por el nombre de Artemio, acudió a la relojería de Felipe con el fin de que le compusiera un bello reloj de oro, caro y muy especial. Felipe tardó más tiempo del que pensaba en componerlo, lo que permitió a Artemio acudir varias veces al negocio del matrimonio, so pretexto de conocer el avance de El Relojero.

Cuando acudía a la relojería, miraba con lascivia y deseo a Diana, quien se sentía molesta con tales miradas.El Reloj de Oro

Un día, Artemio le dio cita a Felipe en su casa para que le llevase el reloj que por fin ya estaba arreglado. Al saber de la cita Diana le rogó a su marido que no fuese, sino que Artemio acudiese a la relojería, pues tenía un mal presentimiento. Pero Felipe insistió en ir para entregar el famoso reloj en persona y explicarle a su cliente porque se había tardado más de lo debido.

Al día siguiente encontraron el cadáver de Felipe tirado en un barranco lleno de heridas de cuchillo. La policía afirmó que se había tratado de un asalto, pero Diana nunca se lo creyó y estaba segura que Artemio la había dado muerte a su querido esposo.

Una tarde gris, Artemio acudió a la casa de Diana y la solicitó en matrimonio. Propuesta que la joven rechazó rotundamente. Llena de repulsión y desesperanza, la mujer se arrodilló en el altar doméstico y le rogó a Dios que la librara de ese horrendo hombre que la perseguía.

Al otro día, los sirvientes de Artemio encontraron el cuerpo sin vida de Felipe bajo uno de los árboles del jardín del pretendiente. En la mano derecha llevaba el reloj de oro que le entregara a Artemio.

En seguida, Felipe fue sepultado de nuevo. Pero al siguiente día volvió a suceder lo mismo, el cadáver de Felipe estaba bajo el mismo árbol con el reloj en la mano.

Este hecho se produjo durante una semana, al término de la cual, Artemio, horrorizado y terriblemente asustado por las macabras apariciones de su víctima, murió de un fulminante infarto. ¡Por fin Diana se vio libre del molesto y asesino pretendiente!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Aguascalientes Leyendas Cortas Leyendas de Terror

«¡Apúrate, mujer!»

Doña María y don Pedro formaban una pareja que se quería mucho. Estaban casados desde hacía treinta años. Vivían en la ciudad de Aguascalientes con sus siete hijos, cinco hombres y dos mujeres.

Cuando los padres murieron, poco a poco todos los hijos fueron dejando la ciudad para hacer sus vidas en otros lugares con más oportunidades de ganarse la vida. Todos menos uno que continuó viviendo en Aguascalientes. Aunque alejados los unos de los otros, los hijos de María y Pedro seguían manteniéndose en contacto, a pesar de la distancia.

Se acercaba ya la Fiesta de Día de Muertos y todos los hermanos decidieron reunirse en Aguascalientes para conmemorar el día agasajando con un altar y ofrenda a sus progenitores, pues se daba al caso de que hacía más de diez años que no se reunían para nada y menos para celebrar al Día de Muertos en el cementerio donde se encontraban enterrados sus padres.El Panteón de Aguascalientes

Así pues, se pusieron de acuerdo y fueron llegando a la casa del hermano que vivía en dicha ciudad, para ponerse de acuerdo en lo que harían.

Ya estaban reunidos todos menos Lola que brillaba por su ausencia. Por la noche decidieron hablarle por teléfono para enterarse del porqué de su tardanza, o si es que pensaba llegar directamente al panteón. Así lo hicieron y cuando Lola respondió al llamado telefónico su voz era muy triste, y con mayor tristeza aún les contó a sus hermanos que no iría al festejo ya que su marido se oponía totalmente, pues consideraba que si sus padres estaban muertos ya no tenía ningún caso ofrendarles comida que no tocarían, a más de que el viaje a Aguascalientes costaba mucho dinero que bien podían emplear en alguna cosa mucho más útil.

Cuando Lola colgó el teléfono se fue a su recámara enojada y triste para dormirse y olvidar el mal comportamiento de su esposo. Al poco rato el descreído la alcanzó y se acostó. A la medianoche, el hombre escuchó pasos cansinos muy cerca de donde se encontraba, y fuertes ruidos en el piso como si arrastraran algo en el suelo de madera. Se incorporó mosqueado y prestó atención. En esas estaba cuando distinguió dos sombras que se fueron aclarando hasta que se dio cuenta de que se trataba de los fantasmas de sus suegros. Lo miraban con mucho odio y coraje, al tiempo que sonaban sus bastones en la madera del suelo como protestando.

Al otro día, el hombre preparó las maletas antes de que su esposa despertase, y en cuanto lo hizo le dijo a Lola, arrepentido y solícito: – ¡Apúrate mujer, que tenemos que irnos a Aguascalientes a poner la ofrenda en la tumba de tus padres!

Sonia Iglesias y Cabrera