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Baja California Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Don Porfirio y la carroza

Hace mucho tiempo, en Baja California Sur, en las afueras de la Ciudad de la Paz, se encontraba ubicada la Ciénaga de Flores. Un pantano que permitía plantar diversas flores por sus condiciones ecológicas favorables. Todas las flores que en ella crecía eran una maravilla por su colorido y su subyugante perfume; además que eran enormes, y mucho más hermosas que las que no crecían en la ciénaga.

Cerca de la ciénaga había un rancho muy grande y bien montado que contaba con un pozo del cual se extraía agua mediante un molino de viento. El rancho tenía un cuidador que se llamaba don Porfirio y que se encargaba de cuidar la ciénaga que pertenecía al rancho. Un cierto anochecer el buen hombre se dio cuenta de que una hermosa carroza se encontraba en el lindero donde crecían las flores de la ciénaga. De la carroza descendió una bellísima mujer ataviada con un vestido negro de terciopelo a la que acompañaba un cochero. Don Porfirio se percató de que los extraños visitantes no pisaban el suelo, sino que caminaban sobre una nube de vapor, como flotando.

El cuidador decidió acercarse hasta donde se encontraban los visitantes, aun cuando estaba muerto de miedo y temor. Al aproximarse, notó que la carroza era muy similar a las que se usaban en otros tiempos en los servicios funerarios, y su miedo se incremento considerablemente.

La Ciénaga de Flores

La mujer cortó varias flores del sembradío, hizo un gran ramo y volvió a su carruaje acompañada de su cochero. Ninguno de los dos pronunció palabra. Don Porfirio seguía muerto de miedo al ver que se trataba de unos seres muy extraños, de ultratumba y ni siquiera pensó en cobrarles las flores que se habían llevado.

Al otro día, el asustado cuidador comentó lo ocurrido con su patrón, el cual no le creyó nada y pensó que al buen sirviente se la habían pasado las copas. Pasados diez, la carroza volvió a aparecerse. Solamente iba la dama condiciendo a dos hermosos caballos negros de pelambre muy brillante que tiraban de la carroza. Don Porfirio se acercó todo lo que pudo a la dama, hasta sentir su embriagador perfume y ver sus joyas de oro.

Como su patrón no le creyó, el guardián acudió al delegado de Gobierno, quien ordenó vigilar la zona. Sin embargo, la carroza no volvió a aparecer. Aunque pasados diez, más de veinte personas que se encontraban cerca de carretera que llevaba a la ciénaga de las flores, vieron aparecer la famosa carroza con una dama vestida de negro y un cochero luciendo una levita. Entonces, todos le creyeron al guardián don Porfirio, quien ya nunca volvió a ver ni a la carroza, ni a la dama ni al cochero.

Sonia Iglesias y Cabrera.

 

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Tlaxcala

Origen del nombre del volcán La Malinche

El volcán Matlalcueye, como también se le conoce, se encuentra entre los estados de Puebla y Tlaxcala. Se trata de un volcán activo que mide 4,420 metros de altura. Es un bellísimo lugar que fue declarado Parque Nacional en el año de 1838. Desde el siglo XVII se le conoce con el nombre de Malinche o Malitzin, en honor a Doña Marina o Malinalli, la esclava traductora, “la lengua” de Hernán Cortés.

En cierta ocasión, Doña Marina tenía mucho calor y decidió ir a bañarse a la Laguna de Acuitlapilco, -sita en la parte sur del actual estado de Tlaxcala-, para refrescarse un poco. Avisó a su amo Cortés adónde iba y se encaminó a la laguna acompañada de cuatro esclavas. Cortés no puso peros y la dejó ir a refrescarse. Malinalli salió del campamento en que se encontraban las tropas españolas muy ilusionada de poder ir a chapotear en el agua y quitarse un poco la sensación asfixiante del calor.

Al llegar a la laguna se quitó su hermoso huipil de grecas color turquesa y su enagua color azul celeste, y se metió a bañar a las frescas y claras aguas. Desde el otro lado de la laguna, se encontraban algunos de los habitantes del poblado de Xiloxoxtla que la observaban impresionados, pues ante tanta belleza la habían confundido con una diosa. Al confundirla con una deidad le pidieron que desencantara a la montaña Matlalcuéyatl, a la cual consideraban como un antiguo guerrero que había sido encantado y convertido en volcán junto con su amada.

El bello volcán La Malinche

Al ver a tantos hombres juntos que se le acercaban, Doña Marina empezó a gritar para sí misma. -¡Malinche, Malinche, Malinche! Llamando a su amante al que así apodaban, para que la salvase del peligro en que creía estar. Desesperada la mujer empezó a correr lo más rápido que podía para alejarse de los que creía sus agresores, mientras que los de Xiloxoxtla la seguían algo confundidos por su reacción.

Presto, Hernán Cortés ya había enviado a sus hombres a rescatarla. Al llegar la tropa y hablar con los de Xiloxoxtla todo se aclaró, y desde entonces el activo volcán recibió otro nuevo nombre: La Malinche.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Baja California Leyendas Cortas

Irenea

Irenea nació cerca del poblado de El Triunfo, en una zona hermosa conocida como El Zacatón, en Baja California Sur. Cuando sus padres la concibieron eran ya bastante mayores, frisaban los sesenta años, por lo cual contaba con algunos hermanos que eran bastante mayores que ella. Irenea era una niña muy bonita. Tenía los ojos verdes como la albahaca, el pelo rojo como el fuego y la piel muy blanca como todos los pelirrojos. No se perecía en nada a sus hermanos que tenían la piel morena y el pelo oscuro. Además, la pequeña era sumamente inteligente. Por tales razones, los habitantes del pueblo aseguraban que Irenea tenía algo raro, y su diferencia la hacía parecer anormal a la vista de los demás.

Un día 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe, cuando la niña pelirroja contaba con ocho años de edad, acudió con sus padres a la iglesia del El Triunfo para participar en la solemne misa que todos los años se le dedicaba a la Virgen. Todo iba bien, hasta que Irenea empezó a ponerse nerviosa y a insistirle a su madre que se saliesen de la iglesia. Ante la necedad de la pequeña, la madre accedió a salir. No bien lo habían hecho cuando el techo de la iglesia se derrumbó, catástrofe que costó la vida de doce personas e hirió a muchas más.

El día que se llevaron a cabo los funerales de los difuntos, todo el pueblo se encontraba reunido en el cementerio. Una de las personas asistentes se puso como histérica y, ni presta ni perezosa, señaló a la niña como la culpable de la caída del techo que tantas muertes había provocado. El sacerdote al escuchar la acusación trató de calmar los ánimos explicando que tanto la niña como sus padres y hermanos eran buenos católicos que nunca faltaban a misa, y que la pequeña era una criatura inocente. Pero el pueblo estaba enardecido y no tomó en cuenta las palabras del cura.

La iglesia de El Triunfo

Así pues, al caer la noche, la turba se dirigió a la casa de Irenea y le prendió fuego. Al día siguiente, los habitantes acudieron a lo que había sido el hogar de Irenea, reconocieron sus restos por algunos mechones rojizos de pelo, amarraron una cuerda a su quemado cadáver y la arrastraron por el arroyo hasta el pie de un guamúchil. Ahí quedó la pobre niña.

Cuenta la leyenda que desde entonces la niña se aparece en el sitio conocido como El Zacatón, vestida de blanco y con su hermoso pelo rojo cayéndole hasta la cintura. Los automovilistas que circulan por ese trecho de la carretero de El Zacatón, cuando la ven se llevan tremendo susto, y algunos hasta han sufrido serios accidentes a la vista del fantasma de Irenea la pelirroja.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Estado de México Leyendas Cortas

Un pueblo convertido en piedras

Las Peñas de Jilotepec, zona de belleza natural incomparable, se encuentra en el Estado de México. En tiempos prehispánicos en ese bello lugar se encontraba un pueblo de indios otomíes al que  los dioses habían privilegiado convirtiéndolo en un sitio donde nunca escaseaba la comida, el trabajo, el agua y el entretenimiento. Pero ante tanta facilidad los pobladores se corrompieron y dejaron de valorar los dones que les habían otorgado. Por lo tanto, los dioses  convirtieron al pueblo en piedra.

Pasó mucho tiempo, y se pensó a erigir otro pueblo en el mismo lugar, con personas que querían abandonar el pueblo en que vivían por no satisfacerles como deseaban. Los sabios ancianos conocían lo que había sucedido en el antiguo Peñas, y decidieron efectuar un rito para alejar el encantamiento.

Las Peñas de Jilotepec

Cuando estaban reunidos de pronto escucharon una voz venida del Más Allá que decía: -¡El más puro de los habitantes debe llevar en su espalda a una mujer hasta la capilla de su pueblo, pero nunca deberá mirarla, por ningún motivo! En ese momento, un muchacho se ofreció a llevar a cabo la tarea. Eligió a una bella mujer y se la cargó en las espaldas, dispuesto a llegar hasta la capilla.

El muchacho echó a andar, observado por las personas que se habían encaramado en las peñas del pueblo encantado para ver su caminata. Conforme iba avanzando la carga que llevaba se volvía más y más pesada, y más trabajo le costaba avanzar. Como no sabía la causa de lo que originaba tan enorme peso, el joven decidió voltear a ver. Cuando lo hizo vio una enorme serpiente que crecía a cada momento. En el mismo instante en que cruzó su mirada con la de la serpiente, la gente que observaba se convirtió en piedra, al igual que el muchacho y la serpiente.

Desde entonces ya nadie quiso intentar quitar el maleficio que pesaba sobre al pueblo desaparecido. Existe la creencia de que cada 3 de mayo por la noche, el antiguo poblado prehispánico de Las Peñas vuelve a vivir y se escuchan los ruidos de sus antiguos habitantes efectuando sus tareas cotidianas: lavar, barrer, forjar, o escuchan el agua que cae de las fuentes.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Urbanas de Terror

Carlitos y la rata

En la Ciudad de México se encuentra ubicado un mercado muy famoso conocido con el nombre popular de Mercado de la Merced. Se ubica en el Centro Histórico de la Ciudad, en el Barrio de la Merced. Se fundó hacia 1860, y desde entonces abastece a la capital de alimentos que se venden en sus muy variados y surtidos puestos de fruta, verduras, carne, quesos, ropa, y mil cosas más para satisfacer las demandas de la población. El lugar cuenta con muchas bodegas que almacenan los productos para la venta.

De este tianguis y del barrio han surgido muchísimas leyendas, cuentos y anécdotas. Su tradición oral es fecunda e interesante. Una de tantas leyendas nos narra una historia escalofriante. En cierto momento del siglo XX, los comerciantes de la Merced observaron consternados que de las bodegas desaparecían demasiados alimentos. Asimismo, los perros y los gatos callejeros empezaron a disminuir notoriamente. Estaban intrigados, no se explicaban las razones de las pérdidas.

En una casa cercana al mercado vivía un muchacha muy joven, de tan sólo diez y seis años, en una casa humilde, junto con su madre que contaba con sesenta. Tenía un nene de unos cuantos meses de nacido, Carlitos. En una ocasión, por la noche, el pequeño estaba molesto y lloraba mucho; y como la madre estaba muy cansada, decidió dejar solo al bebé mientras ella llevaba a cabo ciertas diligencias. El niño se quedó en su camita y metió la cabeza bajo la almohada, aunque sin dejar de llorar.

La enorme rata de la Merced

Pasado un cierto tiempo, la abuela llegó a la casa, coincidiendo con el regreso de su hija. Al saber que ésta le había dejado solito, la vieja mujer la regañó por su irresponsabilidad. Ambas acudieron a la cama donde se encontraba el pequeño para ver si se encontraba bien, pero azoradas se dieron cuenta de que no estaba acostado, y vieron con horror que en la cunita había rastros de sangre.

Lo buscaron debajo de la cama y le encontraron ahí, con la cabeza medio metida en un agujero, lo jalaron del cuerpecito hasta sacarlo, y vieron a una enorme, pero muy enorme rata que le había devorado parte de la cabeza. El niño ya había muerto. Las dos mujeres nunca pudieron recobrarse de tan terrible suceso. Del dolor de ver a su hijo devorado por una rata que tenía el tamaño de un gran perro, la mujer se volvió completamente loca y fue internada en un hospital público, donde tardó dos años en morir. De su madre no se supo lo que pasó, algunos cuentan que se dio a la mendicidad para poder mantenerse. ¡quién lo sabe!

Los comerciantes al conocer el hecho se dieron cuenta que era el roedor el que robaba las bodegas para procurarse alimento, y decidieron darle caza. Pero fue inútil, la rata nunca fue atrapada. Hasta la fecha muchas personas le temen y creen verla en el mercado o cerca de sus casas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Oaxaca

El callejón del sereno

 Esta triste leyenda sucedió en el estado de Oaxaca, situado al sur de la República Mexicana. En cierta ocasión, en uno de los tantos callejones de la Ciudad de Oaxaca, un sereno se encontraba por la noche realizando su ronda de vigilancia por las calles que le correspondían. Iba muy tranquilo caminando cuando de pronto escuchó un terrible gemido que provenía del callejón, como si alguien hubiese sido atacado de muerte.

Un hombre que pasaba con un farol en la mano, al escuchar los gemidos a toda prisa se dirigió al Templo del Marquesado, situado en el barrio del mismo nombre, y que antaño fuera propiedad del Marqués del Valle de Oaxaca.

Tocó la puerta y solicitó hablar con el cura. Cuando le tuvo frente a él, le dijo que había escuchado los gemidos de un hombre que acabada de ser apuñalado y que necesitaba que lo confesaran, pues se encontraba en agonía.

El sereno oaxaqueño

Inmediatamente el padre se aprestó hacia el lugar que le indicó el hombre. A la mitad del callejón efectivamente se encontraba un señor mortalmente herido, a quien el santo varón se apresuró a confesar. La confesión fue bastante prolongada. Saber cuántos pecados tendría

Terminada la ceremonia, el sacerdote se dirigió al lugar en que el hombre que le había llamado se encontraba aguardándolo, pero para su sorpresa se dio cuenta que no había nadie, y sólo se encontró con su farol encendido. Sorprendido, tomó el farol que se encontraba en el suelo, y se dirigió a ver la cara del hombre que acababa de confesar. Su sorpresa fue absoluta cuando se dio cuenta de que el hombre era el mismo que le había llevado desde el templo!

Muerto del miedo por lo sucedido, el religioso enfermó por varias semanas, y el pobre hombre quedó completamente sordo del oído que había utilizado para recibir la confesión de un pobre sereno apuñalado por algún gamberro asesino.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Puebla

El Dedo

Hace tiempo vivía en un pueblo cercano a la Ciudad de Puebla, una rica y muy vieja mujer llamada Elena. No tenía hijos –pues nunca quiso casarse, a pesar de los muchos pretendientes que tuvo en su juventud, cuando era bella y esbelta-  y por lo tanto tampoco herederos. La noche de un Jueves Santo, Elena soñó la manera en la que iba a morir que no era nada tranquila, pues el Chamuco se la llevaba a los infiernos. Y decidió ir a ver a su confesor, a quien le dijo que sentía la presencia del Diablo ya muy cercana. El cura opinó que eran ideas suyas, puesto que el Demonio no existía. Pero la dama insistía en que su muerte estaba cerca y que deseaba que su fortuna se repartiera entre los pobres, para ganar la Gloria eterna. A estas palabras, don Matías, el cura, le respondió que se haría lo que ella deseaba y que a su muerte su fortuna se repartiría entre los habitantes más necesitados.

Dos semanas después, Elena moría de un fulminante ataque al corazón que no resistieron sus ochenta años. Los habitantes del pueblo sintieron sinceramente su muerte, ya que era apreciada por haber hecho construir la clínica  y varios orfelinatos que tenía el pueblo. Sin embargo, curiosamente, en su entierro solamente estuvo el cura y un acólito que lo protegía de la lluvia con un paraguas.

La sortija de esmeraldas

Uno de los enterradores se dio cuenta que la muerta llevaba en el dedo de una mano una  enorme sortija de esmeraldas de mucho valor y decidió robarla. Espero hasta la noche, y alumbrado por la luna, acudió al cementerio y abrió el ataúd. Al ver la hermosa joya el ladrón intento quitársela, pero no pudo. Entonces, decidió cortarle el dedo a la anciana, y llevárselo con todo y anillo. Así lo hizo. Cuando estaba cubriendo nuevamente la tumba con tierra, escuchó un horroroso alarido, y muerto del pánico vio la figura de Elena que lo señalaba con el dedo índice de la mano donde llevaba el anillo. Ante el horror de ver el espectro de la mujer ultrajada, el sepulturero cayó inmediatamente muerto. Así lo encontró al día siguiente el encargado del panteón, con un dedo en la mano en el que se podía ver un estupendo anillo de esmeraldas.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Campeche Leyendas Cortas

La triste historia de doña Inés

Una leyenda de Campeche relata que en el año de 1709 vivía en la Villa de San Francisco don Jorge de Saldaña, un noble español que había llegado, desde hacía varios años a la Nueva España. Su casona estaba situada en la calle de Independencia –como se la denomina hoy en día-, justamente en el número trece. Don Jorge vivía acompañado de su hija Inés, una hermosa jovencita de grandes ojos y larga cabellera negra. La hija de don Jorge casi nunca salía a la calle, como no fuera todos los viernes cuando acudía al Santuario del Cristo de San Román a oír misa, o los domingos que iba a la Iglesia de Jesús con el mismo propósito. A tales menesteres acudía acompañada de su dueña, una anciana mujer que la había cuidado y consentido desde su infancia, pues doña Inés de Saldaña había perdido a su madre durante su nacimiento.

Como don Jorge sospechaba que su hija mantenía relaciones amorosas con un joven llamado Arturo de Sandoval, evitaba que la hija saliese a la calle e hiciese vida social. Arturo de Sandoval era hijo de un encomendero muy rico, o al menos tal afirmaba.

Un día las sospechas de don Jorge se vieron confirmadas y se enteró que doña Inés no solamente llevaba relaciones con Sandoval, sino que le recibía en sus habitaciones a altas horas de la noche. En una ocasión cuando el hijo del encomendero se encontraba subiendo por una escalera de cuerda para llegar al balcón de la recámara de su amada, don Jorge abrió sorpresivamente las puertas de la recámara y se introdujo con la espada desenvainada. Inmediatamente se dirigió hacia Arturo al tiempo que gritaba: -¡Infeliz gamberro! Voy a matarte como a un perro! Inés, espantada, trataba de detener al padre, y le decía: -¡Espera, padre, espera! ¡No mates a Arturo, pues me ha pedido que sea su esposa! ¡Tiene buenas intenciones, y ha venido a pedirme matrimonio!

El nefasto pirata Barbillas

Pero don Jorge estaba enfurecido y le contestó a su hija: -¡Jamás te dejaré casar con este bandido que incendió el pueblo de Lerma, que secuestró a don Fernando Meneses Bravo de Saravia, gobernador de la provincia, que es el azote del Golfo, y que en realidad es el sanguinario pirata llamado Barbillas! ¡Óyelo bien, jamás permitiré que te cases con este filibustero y deshonres el escudo de los Saldaña!

Al escuchar las palabras de su padre, doña Inés cayó desmayada. Mientras que Barbillas retaba verbalmente a don Jorge y lo incitaba a pelear espada en mano. Después de una encarnizada lucha, el cruel pirata mató al ofendido padre de una tremenda herida en la garganta. El grito que lanzó don Jorge al morir, hizo despertar a doña Inés, quien al verlo muerto le pidió perdón desde lo más profundo de su alma. Pero lo vivido por Inés había sido demasiado fuerte… momentos después la pobre joven se volvió completamente loca.

Barbillas al ver a su amada con la razón perdida, se secó dos lágrimas que corrían por sus mejillas, bajó por la escalerilla de cuerda, se embozó en su negra capa, y tomó rumbo hacia la playa de Guadalupe a buscar otras aventuras como si no hubiese pasado nada.

Don Jorge de Saldaña fue enterrado en el cementerio de la Iglesia de Jesús, y doña Inés conducida a un manicomio de la Ciudad de Mérida, donde encontró la muerte tres meses después sin haber podido salir de sus delirios de locura.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Durango Leyendas Cortas

Agustín y Conchita

A finales del siglo XIX vivía en la ciudad de Durango, en el barrio de Tepeyac, la familia Hernández. Entre las hijas que formaban parte de dicha familia, se encontraba Conchita, una niña que gustaba de jugar con Agustín, el hijo del ama de llaves. A ambos niños les gustaba mucho jugar en la huerta de la casa, y compartían la mayor parte del tiempo. Al llegar a la adolescencia, ambos amigos se pusieron muy guapos. Y como era natural, los jovencitos se enamoraron, a pesar de la diferencia social que los separaba.

Un cierto día, mientras Agustín se encontraba trabajando en la huerta, llegó Conchita y le declaró su amor sin tapujos. El joven quedó perplejo, pues sabía que esos amores eran imposibles, como muchas veces se lo había señalado su madre. Sin embargo, el joven se acercó a  Conchita, la abrazó y le dio un beso. Decidieron que nadie debía conocer su relación. Al paso del tiempo, Agustín le dijo a la chica que se iba para hacerse rico, y que jurara que lo esperaría y no se casaría con nadie. Conchita, con lágrimas en los ojos le juró amor eterno. Se separaron. Y Agustín se fue sin decírselo a nadie. Buscaron al joven, no le encontraron, y la madre cayó enferma de desesperación y tristeza.

Agustín se fue a la Sierra de la Silla, donde se escondía Ignacio Parra un ladrón muy famoso y temido. Le contó al bandolero sus desdichas amorosas y pasó a formar parte de la banda de ladrones, que robaban diligencias, ganado y conductas. Agustín destacó por su habilidad para robar.

La bella Ciudad de Durango

Mientras tanto, el señor Hernández, invitó a unos amigos a cenar. Entre ellos se encontraba Curbelo. Al término de la cena, el padre anunció a los comensales y a su hija que deseaba que se casara con el tal Curbelo el próximo domingo. Y así se hizo, la boda se celebró, a pesar de las protestas de la chica que había roto su juramento.

Mientras tanto, Ignacio Parra moría acribillado en la región de Canatlán. Agustín aprovechó la muerte del jefe de la banda para escapar a la ciudad de Durango llevándose lingotes de plata y monedas de oro. Compró una casona, la amuebló, se compró trajes a la moda y decidió buscar a Conchita para hacerla su esposa.

Al llegar a la casa de la muchacha, las noticias que recibió fueron la muerte de su madre y la traición de Concepción. El dolor que sintió Agustín fue tan grande que se encerró en su cuarto, solamente salía por las noches, elegantemente vestido, a caminar por la vía del ferrocarril hasta el Puente Negro. Las personas que seguían su caminata le empezaron a llamar El Curro del Puente Negro.

Una mañana toda Durango se conmocionó, pues abajo del Puente Negro se encontraron los cadáveres de El Curro, Conchita y Curbelo. Nunca se supo qué había pasado: quién había matado a quién. Si Curbelo a los antiguos amante, o si Agustín a la infiel y al marido. Pero desde entonces, todas las noches se ve al fantasma de El Curro del Puente Negro efectuar su acostumbrada caminata por la vía y el puente.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chihuahua Leyendas Cortas

La Descalza

En la Ciudad de Chihuahua se encuentra una casona muy hermosa y muy grande conocida con el nombre de Quinta Gameros. Fue construida por Julio Corredor Latorre, por órdenes de don Manuel Gameros en el año de 1910, para ofrecérsela como hogar a la mujer que amaba y que llevaba el nombre de Rosa. Don Manuel no pudo gozar de su casona ya que, al producirse la Revolución Mexicana, tuvo que huir para salvar su vida. Actualmente, la casa alberga al Centro Cultural Universitario.

Uno de los guardias del Centro relata que hace un tiempo estando en el primer piso, vio una sombra que cubría uno de los tragaluces del segundo piso. El hecho le causó extrañeza y decidió subir. Cuando llegó al segundo piso se encontró con una bella chica que lucía un elegante vestido de seda verde y rosa. Amablemente le dijo que el acceso al segundo piso estaba prohibido para los turistas, le preguntó cómo había llegado a ese segundo piso. La joven le miró con una gran sonrisa, y le dijo que había entrado por la otra puerta que siempre estaba abierta. Y agregó que la disculpara por estar descalza ya que tenía mucho calor y sus zapatos los había dejado en el jardín de la casona. Agregó que inmediatamente se iría para no causarle problemas al guardia. Ella se marchó por una puerta y él por otra. Cuando el guardia vio a su compañero le platicó del encuentro con la bella dama y ambos subieron a ver si ya se había ido. Tomó la llave de la puerta por donde la muchacha se había ido y la abrió… pues estaba cerrada, aun cuando la chica había asegurado que siempre estaba abierta.

Los guardias la buscaron por los jardines donde la mujer dijo haber dejado sus zapatos, pero no la encontraron. La buscaron, y le preguntaron a sus compañeros por ella, pero nadie la había visto. Volvieron a revisar por toda la casona, y no la encontraron. Jamás volvieron a verla.

La Quinta Gameros donde se aparece La descalza.

Pasaron dos años. Se decidió que era el momento adecuado para restaurar el segundo piso. Los trabajos comenzaron. La restauración dejó una capa de polvo regada por el piso. Al día siguiente cuando los guardias volvieron a revisar el piso en cuestión, encontraron sobre el polvo las huellas de unas pisadas de mujer sin zapatos. Las huellas daban vueltas por la estancia, pero nunca se dirigían a ninguna de las dos puertas… no había señales de que hubiese entrado y salido.

Desde entonces los guardias ven huellas de pies descalzos que no saben de dónde vienen, y a la mujer que las produce le han puesto por nombre La Descalza, están seguros de que se trata de Rosa, la enamorada y prometida de don Manuel Gameros que no pudo gozar de su bella casa en vida.

Sonia Iglesias y Cabrera